viernes, 2 de diciembre de 2016

Un minuto de silencio para Juani Monge

Este artículo fue publicado en Tribuna Feminista

Las fotografías que aparecen en los periódicos de Juani Monge, la mujer que fue asesinada hace unos días por su marido a hachazos, muestran a una mujer alegre, risueña, optimista. A veces, lleva el pelo rubio, más corto, y otras, pelirrojo y más largo. Una de esas mujeres que uno se encuentra en la cola de la pescadería, de la panadería o de la charcutería del supermercado y que nunca buscan jaleo por el turno, si a alguien se le ha olvidado sacar el número de esa absurda maquinita roja que los expende. Una de esas mujeres que uno se encuentra a diario por el barrio y que siempre te dedican dos minutos de conversación y una sonrisa. Las fotografías siempre dicen de nosotros mucho más de lo que nosotros mismos nos imaginamos, y esas fotografías dicen que Juani era una mujer normal y corriente, con cara de buena persona. La mirada, por desenfocada o casera que sea la fotografía, rara vez engaña. Sus vecinos, en los periódicos, también dicen eso: que Juani era una buena persona. Buena persona tenía que ser cuando se saltó la orden de alejamiento que se le había impuesto a su marido para acercarse de nuevo a él al descubrir que padecía una gravísima enfermedad. Ella se acercó a él, y él la mató a hachazos, antes de suicidarse. Fin de la historia. No he podido dejar de pensar en ello cada día, desde que se dio a conocer la noticia. Todos los casos de violencia machista son espeluznantes, pero este, si cabe, va un paso más allá, precisamente, por esa bondad que fue recompensada con uno de los asesinatos más atroces que se recuerdan.   
A su lado, en esas fotografías, siempre aparece él, su asesino, pero de él no quiero hablar. El prototipo está demasiado visto. En el nombre del (mal llamado) amor se están cometiendo demasiados crímenes ya. Hay que educar a los hombres desde pequeños. Educar en la tolerancia, la igualdad y el respeto. Hay que decirles a las mujeres que los príncipes azules no existen, que hay que huir (y ser tajantes en esa huida) al más mínimo gesto de maltrato por parte de esos tipos. Hay que insistir en que eso que algunos asesinos llaman amor no lo es en absoluto. Hay que recordar que una cosa es decir te quiero y otra demostrarlo. Hay que hacer gestos (manifestarse, alzar la voz, gritar basta ya...). Toda la ciudadanía debemos hacerlos. Y hay que exigir a los gobiernos que sean implacables en las aplicaciones de sus leyes. Implacables, insisto. Estos asesinos tienen que pagar por sus delitos. Ni uno solo debe librarse de la totalidad de las penas que le correspondan. Ninguna mujer se merece un destino así. Ninguna. 
Vuelvo a Juani. A la Juani que aparece en esas fotografías, a la mujer en la que no he podido dejar de pensar desde que él la asesinó. A su sonrisa. A su pelo de diferentes colores. A sus ojos. A la vida que tenía por delante y que, como esas fotografías, ya es, por desgracia, papel mojado. Aunque su reflejo, terrible, siga planeando sobre nuestra memoria. 

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