lunes, 22 de agosto de 2016

Otro día de playa

Las olas se rompen contra nuestros tobillos, en la orilla. Hoy el mar está embravecido. Extrañamente, la furia de ese sonido me reconforta. Respiro hondo y miro al cielo. Está despejado. Hay poca gente en la playa. Mejor así. La caminata es larga. Llegamos hasta la siguiente playa y regresamos. Entre la ida y la vuelta, unos cuantos kilómetros. El agua está helada, pero entro en ella y mojo el cuerpo. Me gusta caminar así, con el cuerpo mojado, sentir cómo el sol, que ya no es tan poderoso como otros días, va secándolo lentamente. También me gusta sentir el cansancio de la caminata en las piernas. Comentamos esto y lo otro, y también guardamos silencio. A lo lejos, casi sobre el mar, hay una casa. Pienso en lo maravilloso que debe resultar levantarte cada mañana y ver ese mar, más o menos embravecido, mientras tomas el primer café de la mañana. Siempre pienso lo mismo cuando vamos a esa playa. Algún día tendremos una casa así, muy cerca del mar. Esa idea también me reconforta. Los silencios serán los mismos que los de este día. Y también como hoy, en medio de esos silencios, pensaré en la historia que esté escribiendo y le contaré a él el rumbo de los personajes, de la historia, como acabo de hacer ahora mismo con el cuento que en estas últimas semanas me traigo entre manos. 

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