domingo, 17 de abril de 2016

Madres

Nunca sé muy bien qué decir cuando la madre de una persona conocida se muere. Más aún cuando esa madre (que era la madre de una querida amiga de mi hermana) tenía 51 años. Por mucho que queramos expresar, sobran las palabras. Todo se vuelven lugares comunes, frases hechas, manidos tópicos. Pese al corazón encogido, el célebre Carpe diem recupera todo su sentido. Y la literatura se convierte de nuevo en uno de los refugios por excelencia. Vuelvo a leer ese texto espléndido que el escritor Pablo Vilaboy incluye en su último y recomendable libro, 'Aquello era la felicidad' (se puede encontrar en Amazon, en diferentes formatos), en el que rememora los últimos días de vida de su madre. Desprende tristeza (es inevitable hablando de enfermedad y de muerte, de hospitales y de ventanas por donde discurre la vida, ajena a los latidos que se apagan), pero también, por su belleza, una especie de sensación de serenidad que reconforta en días con noticias tan tristes como la de hoy. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario