jueves, 4 de febrero de 2016

La crueldad era esto

Llevo toda la noche escribiendo. Francesca, a mi lado, duerme. Los latidos de su corazón marcan el único movimiento que hay a nuestro alrededor. El del reloj es el único sonido que rasga, un tanto lejano, el silencio. A veces, la gata abre los ojos y apoya una de sus patas delanteras en mi mano izquierda, como para asegurarse de que no me he movido. Dejo de escribir, preparo más café y echo un vistazo a los periódicos. Leo una noticia espeluznante: Tres perros recién nacidos han sido asesinados a botellazos, en Puertollano. Sus cuerpos aún están en el suelo, rodeados de los cristales rotos que acabaron con sus vidas. Un par de ramas secas los cubren. Viendo la fotografía del periódico -la sensibilidad impide que se pueda hacer más de dos o tres segundos seguidos-, puede sentirse el frío del invierno. La intemperie de la madrugada. Esa destemplanza que es patrimonio de las últimas horas de la noche o de las primeras horas del día. Viendo la fotografía, digo, sobran las palabras. Sólo hay cabida para la rabia y la impotencia. Pocas fotografías como ésa podrían resumir la crueldad de algunos seres humanos. Esa crueldad que, en algunos casos, no parece tener límites. Y que al resto de la humanidad sólo nos provoca rechazo, escalofríos, miedo. Asco.     

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