martes, 23 de febrero de 2016

Club de Lectura de Villa Magdalena

Me gusta participar en los Clubs de Lectura a los que me invitan, el trato con esas personas que compran tu libro y lo leen para luego comentarlo. Me gustan esos Clubs de Lectura donde leen a escritores a los que yo también admiro. Ayer estuve en el de Villa Magdalena para hablar de 'Corrientes de amor'. Personas interesantes, con criterio y nuevos puntos de vista sobre mis cuentos. James Salter había sido el anterior autor comentado y Natalia Ginzburg, la siguiente. Un buen nivel. Una tarde enriquecedora. Muchas más mujeres que hombres, como siempre. Así están las cosas. Manuel, el bibliotecario que me invitó, es uno de esos hombres apasionados con su trabajo. Realmente interesados por la cultura. Un buen anfitrión, generoso en sus comentarios, atento al detalle. Un hombre con el que siempre apetece charlar un rato.
Después de comentar mis cuentos, cuando ya me estaba poniendo el abrigo y despidiéndome para marchar, una de las chicas se me acercó para comentarme los buenos recuerdos que tenía su marido de mí como librero. De mis esfuerzos, señaló, para buscar los libros -no siempre fáciles de encontrar, al parecer- que a él, su marido, le interesaban. Sí, ese soy yo como librero. Ese era yo, pensé. Me entró un poco de rabia y de tristeza. Y luego, de repente, ya en la calle, me invadió una extraña sensación de alegría, de satisfacción. Siempre es agradable que te recuerden así: apasionado por tu trabajo. Un librero -un buen librero: hombre o mujer- es esa persona que, como el escritor, habita ya en el otro lado, en ese lado donde la literatura y sus alrededores son más poderosos que la realidad.  

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