viernes, 19 de junio de 2015

Un faro. Un río. Un escritor.

A veces nos complicamos demasiado la vida. O ella misma, la vida, lo hace sola. Y nosotros nos dejamos llevar. A veces no sabemos (o no podemos) ponerle un dique -imaginario pero contundente- a la vida. A sus problemas. Siempre hay problemas. Siempre los habrá, menores o mayores, independientemente de nuestra situación laboral, económica o de la salud propia o de las personas que nos rodean. Los problemas siempre están ahí, agazapados. Y no dudan en surgir en cualquier instante. Conviene -ya sé que no es fácil- obviar todo esto: los problemas que están, los que acechan, los que vendrán.  
Lo hago: me olvido de todo eso. Recibo `El faro del fin del Hudson´, el nuevo libro de Antonio Muñoz Molina y me olvido de todo. Los problemas que están ahí, los que acechan, los que vendrán. Hace sol, salgo a la calle con él, me siento en una terraza, pido un gintonic. Y leo. `El faro del fin del Hudson´. Los viajes del escritor por los alrededores del Hudson. Las caminatas, los hallazgos, los descubrimientos, las ideas, los pensamientos, los personajes que se encuentra a su paso. De repente, ya no hay problemas. Sólo el sabor suave de la ginebra, el sol que calienta la piel, los paseos del escritor por los alrededores de ese río. La prosa que te lleva -casi como el propio río- hacia delante y hacia atrás, reconfortándote. Esa prosa que hace que estés ahí, a su lado, en Nueva York, junto al río, en pleno invierno o en las estaciones en las que todo se vuelve más ligero. Sigue el camino. Sigue el viaje. Siguen los paseos por los bordes del río. Leo el libro de una sentada, casi durante el tiempo que me dura el gintonic. Pero no importa. Sabes que volverás a sus páginas, que abrirás el libro por cualquiera de ella y que leerás. Como tantas veces uno vuelve a las poesías que alivian los dolores de los que hablaba al principio. Volverás a ese libro, a esas caminatas, a los personajes que el escritor se va encontrando -¡esa mujer que tira algo misterioso al río!: qué gran historia tiene que haber detrás-.
Dejo de leer, cierro el libro, pido otro gintonic. La tarde sigue agradable. No hay problemas. Una brisa ligera se acaba de levantar. Parece que el verano, después de todo, piensa hacer sus primeras apariciones. Tímidamente, eso sí. Junio, en el norte, no suele ser el principio del verano: sino una prolongación de los meses más crueles del invierno y de la primavera. La brisa de esta ciudad no es la brisa de Nueva York, la ciudad de la que escribe Muñoz Molina. Sin embargo, con el libro cerrado, ya leído, ajeno a las personas que me rodean en esta terraza y a sus conversaciones, puedo sentir aquella brisa. La brisa que remueve el río y que está atrapada en las palabras del escritor. En la memoria. Sí, atrapadas ahí, en la memoria. Como un hallazgo que define cada palabra de este hermoso libro, cada uno de los misterios que se esconden detrás de ellas.    

2 comentarios:

  1. Excelente crónica, lo ha leído y la comparto de la a a la z. Saludos.

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  2. Tu prosa es poesía: he sentido la brisa, he visto el paseo por la orilla del río, he saboreado el gin tonic. Me he encantado. Gracias.

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