domingo, 1 de febrero de 2015

Una pareja en el metro

La pareja iba sentada enfrente de mí, en el metro. Madrid, alrededor de las seis de la tarde. Él parecía español. Ella, dominicana. Rondaban los cincuenta años. Ambos eran fuertes e iban dormidos. El brazo izquierdo del hombre rodeaba el hombro de la mujer y su mano, grande, casi alcanzaba el pecho de su compañera. Llevaban bolsas viejas y zapatillas deportivas bastante desgastadas por el uso. Cada vez que el metro se detenía, el hombre abría un ojo y volvía a cerrarlo de inmediato. Comprobaba con rapidez que aquella parada no era la suya. Pasaron muchas paradas. Quizá ocho o diez. Mucho trajín. Hombres y mujeres de todas las edades que se subían y bajaban de aquel metro, después de largas jornadas de trabajo y una seria amenaza de temporal. Voces, risas, sonidos de móvil, aires extraños, olores entremezclados. La algarabía de un viernes cualquiera en cualquier ciudad. Chicas aceleradas que hablaban por sus teléfonos móviles (¿Dónde quedamos? ¿A qué hora?) y chicas que iban sentadas en el suelo leyendo un libro. Incluso la insistencia de un hombre que vendía una especie de pequeñas linternas y contaba en voz alta las excelencias del producto, sin que nadie le hiciese el más mínimo caso. Nada les inmutaba. La pareja seguía dormida. Con ese cansancio del que madruga y trabaja muchas horas reflejado en los rostros. El hombre continuó haciendo lo mismo, abriendo un ojo cada vez que el metro se paraba y cerrándolo de inmediato. Ella no los abrió hasta la última parada, hasta que él le indicó con un leve zarandeo en el brazo que habían llegado a su destino. Faltaba poco para las seis de la tarde. Habían llegado a su destino. Ahora no recuerdo el nombre de la parada, ni creo que importe demasiado. Una casa muy alejada del lugar de trabajo. Muchas hora en pie. El sueño que es más fuerte aún que el cansancio. Y al día siguiente, sábado, probablemente, la historia volvería a repetirse. Y al siguiente, domingo, si no había un poco de suerte, más de lo mismo. Demasiadas horas en pie, sueño atrasado, cansancio acumulado, excesivo trabajo. Aquella pareja, ajeno al resto del mundo, perdida en su propio sueño y cansancio. Un viernes cualquiera, en el metro, alrededor de las seis de la tarde, bajo amenaza de frío temporal (lluvias, viento, nieve...), mientras aquellas chicas, las que hablaban por el móvil (¿Dónde quedamos? ¿A qué hora?), seguían haciéndolo y las otras, las que leían libros sentadas en el suelo, también.

1 comentario:

  1. Nada en Madrid es relevante, salvo para nuestros ojos provincianos que aún se emocionan y asombran con cada gesto, mirada o sonido.
    Que nunca perdamos esa mirada, querido Ovidio.

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