miércoles, 26 de noviembre de 2014

Mi mapa del mundo

Todos tenemos mapas, reales o metafóricos, a los que agarrarnos. Pueden ser varios mapas. Nuestros mapas del mundo. Cuando la vida se complica, echamos mano de ellos. Una bolsa, por ejemplo. Una bolsa llena de papeles, recortes, entradas de cine y de teatro, billetes de metro o de avión, servilletas escritas con un nombre (su nombre) y algo más, fotografías en color y en blanco y negro... La primera vez que fuimos al cine juntos, que pisamos Nueva York, que cenamos en París, que nos regalamos un libro. Todo eso está ahí y no tiene olor a viejo. Todo lo contrario: tiene un sentido. El que rige nuestro mundo. Mi mundo. A estas alturas, desgraciadamente, ya tengo la absoluta certeza de que no voy a trabajar nunca más en una librería. Fue un tipo afortunado durante casi diez años trabajando en uno de los oficios más hermosos del mundo, uno de los que más me gustan. Pero las cosas están claras. La pequeña librería no tiene presupuesto para contratar a nadie, bastante tiene con poder mantenerse, y la grande, cuando contrata, no se acuerda de mí. Perdonad la nostalgia, pero como este viernes se celebra el Día de las Librerías es normal que me ponga un poco de aquella manera. Son cuatro años ya alejado de aquel trabajo...  Al que sé que no voy a volver a no ser que me toque una lotería y pueda montar mi propia librería: El extraño viaje, como este blog, así la llamaría, siguiendo con el homenaje a aquel cómico que nos resulta imposible olvidar. Por eso necesito agarrarme a mis mapas. Los que, en cierta forma me guían y consiguen que no pierda el control, siempre tan frágil, tan endeble.
Ver todas las mañanas el rostro recién despertado del hombre con el que duermo, pasear con mi madre, escuchar las risas de mi hermana, las quejas de mi padre porque todo está tan complicado y más que va a ponerse, saber que eres imprescindible para una gata que es el ser más feliz del mundo cuando quito el ordenador de mis piernas y la dejo instalarse en ellas... Todo eso también son mis mapas. A los que me aferro con fuerza para no derrumbarme. Para que la nostalgia no se apodere por completo de mí. Para que la depresión no me alcance. Para que la escritura no me abandone, como le ocurrió a tantos escritores cuando los malos momentos acechaban.  
Y las esquinas de mi ciudad. Y los cafés, desde donde continúo escribiendo mientras veo a toda esa gente pasar -extraña o fascinante o anodina o cabreada-, y las luces de Navidad -esas luces que anuncian ya la proximidad de un tiempo de euforia y de tristeza, como siempre- iluminan tímidamente unas calles que ya no son las de entonces pero que siguen siendo parte de este otro mapa del que, por diversas razones, nunca quise huir. Mi mapa del mundo también está en ese cuaderno donde ya están anotadas las frases de otra historia que aún es una incógnita. Otra incógnita más.  
 

2 comentarios:

  1. Precioso como siempre, nostálgico como nunca. Lo más importante es que eres la persona que quieres ser y estás con la persona a la que amas. Que sigues pensando constantemente en crear y esa constancia es lo que te mantiene, la escritura es tu asidero a este mundo injusto: injusto con los que aman y no son correspondidos, injusto con los niños que han perdido la inocencia, injusto contigo y con tantos como tú. ¿Quién dijo que esta vida era justa? No sólo no lo es, sino que es fea, mustia y gris, pero en esas tonalidades de gris, de repente, aparece el azul y vuelve la esperanza. Un beso Ovidio.

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  2. No puedes ni debes deprimirte, ni mucho menos, abandonar la escritura. Tienes todos esos "mapas" que forman un importante "mapamundi". Mucha fuerza, que sé que la tienes y un beso muy fuerte, Ovidio.El texto maravilloso.

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