lunes, 1 de septiembre de 2014

La chica que odiaba la costura

Tendría unos siete u ocho años cuando, desde la ventanilla del autobús que nos llevaba a aquel espantoso colegio de curas donde estudié, vi por primera vez aquellas dos palabras, entre contundentes exclamaciones, pintadas en la fachada de uno de los viejos edificios que nos encontrábamos de paso: "¡Rojos fuera!". Las dos palabras estaban escritas con pintura de color rojo, para más señas, y con gruesos trazos. Evidentemente, en aquel tiempo, con siete u ocho años, yo no sabía qué significaba aquello. He recordado esa imagen -el niño sentado en el autobús, observando la pintada en aquel edificio- leyendo el formidable libro de Pilar Aguilar Carrasco, "No quise bailar lo que tocaban". Aunque la infancia de la protagonista transcurre unos cuantos años antes que la mía, a finales de los años setenta (cuando hacía aquellos viajes en autobús, observándolo ya todo, camino de aquel colegio que tanto se asemejaba a una cárcel) la sombra de los años grises de la dictadura aún era alargada. Qué bien refleja Pilar en su libro toda aquella época, la que vino después de la posguerra, con su envaramiento y su falta de flexibilidad para los pensamientos diferentes. Con su falta de aire, de libertades. La escuela, la primera comunión, la religión, las rígidas normas (sobre todo, como siempre, impuestas a las mujeres), la mala educación recibida (y los malos modos en que, en numerosas ocasiones, se llevaba a cabo), la machacona idea del pecado (pecado por todos los sitios, según la norma establecida), los silencios propios de quien no vive en democracia, la cárcel, las escasas salidas para las mujeres, la frustración. La niña que quería subir a los árboles y que no le gustaba la costura. Ella, la niña y luego la mujer, es la que transita por estas páginas, a medio camino entre el ensayo y la autobiografía. O por una novela que va contado la historia de una mujer que se va abriendo paso entre lo inhóspito y lo deseado, entre las conjeturas y las aspiraciones, entre el pasado y el futuro. Entre el tiempo viejo y el tiempo nuevo, esperando la llegada del tiempo de cerezas. Aquel tiempo que tan bien supo retratar la estupenda (y tristemente olvidada por las editoriales: su obra -incluyendo los títulos más importantes- está prácticamente descatalogada) Montserrat Roig. "Para querer el tiempo de las cerezas hay que tener fe en que un día llegará", escribió Roig. Todo eso está ahí, en este libro, no como un grito o una manera de saldar cuentas, sino de reflexionar sabiamente y con serenidad sobre una época y una manera de huir de ella, de abrirse camino a través de las dificultades, dejando atrás la figura materna (impresionante el retrato que se hace de la madre: su dolor, sus miedos, su rabia, su impotencia, sus ganas de salir a la calle). De posicionarse en el mundo. Como mujer. Como una mujer que no quiso bailar lo que tocaban (precioso título, por cierto). El testimonio de unos años (los usos y costumbres, que diría Carmen Martín Gaite) y el de un viaje. El que lleva a aquella niña que quería subirse a los árboles y odiaba la costura al posicionamiento adulto -político y vital, siempre reivindicativo-, alejado ya de la indefensión de los primeros años de vida. El aprendizaje, los descubrimientos. La lucha incansable. El feminismo.
Empiezas a leer el libro y cuesta trabajo abandonar su lectura. Capítulos breves que van enlazando unas etapas con otras. Divertidos, tiernos, crueles, entrañables, tremendos. Donde están muy presente -insisto- las injusticias cometidas contra las mujeres. Un tiempo que parece muy lejano y que no lo es tanto. Y a tenor de los momentos de retroceso que estamos viviendo, menos aún.  Conviene no olvidar esto. Como conviene leer el libro de Pilar Aguilar para comprender los motivos por los que nunca hay que bajar la guardia y tener los ojos bien abiertos ante el más insignificante paso atrás en lo que concierne a los derechos, a la igualdad. Un libro para entender lo que fuimos, lo que somos. Y para tratar de que el olvido no se apodere del futuro. Esperamos poder seguir conociendo esas otras vidas, como apunta la narradora al final del trayecto, de aquella niña que quería subirse a los árboles y que odiaba la costura.   

3 comentarios:

  1. Tus palabras me han dado ganas de leer: "No quise bailar lo que tocaban". A mí tampoco me gustaba la costura. Muchísimas gracias, Ovidio.

    ResponderEliminar
  2. Ovidio, a veces, cuando leo lo que escribes tengo la sensación de que hubo un tiempo en el que vivimos en un plano espacial diferente. El mismo tiempo, si, pero distinto espacio. Y luego cuando veo a tus padres y el amor y respeto que les profesas, pienso que no, que recibimos lo mismo en nuestro hogar: amor y educación. Pero lo de tu colegio me atormenta. En el mío, ya lo he contado más veces, que era de monjas, no se hablaba de pecado, se hablaba de amor y de libertad. Éramos todas chicas y siempre se nos animo a seguir estudiando para construir juntos, hombres y mujeres, un mundo más justo y mejor. No me he encontrado yo en este camino a nadie que hable mal de aquella etapa (igual debería de indagar un poco) o igual es que aquellas monjas eran especiales y la excepción. Y no digo yo que no fueran un poco cabronas, porque a nivel académico exigir exigían mucho y a alguna le hicieron pasar las de Caín.
    En relación al libro, cada mujer tiene una historia que contar (también cada hombre, por supuesto) me preocupan las más jóvenes, no saben lo que nos costó poder viajar sin permiso paterno o marital, hasta ayer por la mañana prácticamente. No hay que dar ni un paso atrás en la defensa de nuestros derechos, los reconocidos y los que nos quedan por conseguir. Son tantas cosas por las que pelear. Ni un paso atrás. La libertad tuvo un precio muy caro y no hay que dejarla irse. A mi la costura ni me gusta, ni me deja de gustar. He crecido rodeada de ella y forma parte de mi infancia, pero nada más. Se poner una cremallera, subir un bajo y coser un botón, pero no me lleva tiempo. Me leeré el libro, lo prometo.

    ResponderEliminar
  3. Pues a mi no sólo no me gustaba la costura, si no que no me gustaba nada de lo que me rodeaba, nací "asalvajada", algo así como un bicho raro en la familia...

    ResponderEliminar