viernes, 26 de septiembre de 2014

En silencio

Un misterio. En eso se convirtieron los últimos años de su vida. Nadie parecía saber nada de ella. Estaba alejada por completo del mundo literario. Hacía casi quince años que no publicaba una novela. Su voz había surgido a principio de los años ochenta, con una novela corta, "El Sur", que su marido, Víctor Erice, convirtió en una película imprescindible del cine español. A principios de aquellos años, los ochenta, publicó unas cuantas novelas, todas ellas en Anagrama, la editorial que estaba dando a conocer la obra de autores tan importantes como Álvaro Pombo, Javier Marías o Soledad Puértolas (las tres voces -cuatro con la de Adelaida- más importantes de aquellos años, sin olvidarnos de la de Antonio Muñoz Molina, desde otras editoriales: cinco voces, por lo tanto, muy representativas). De hecho, por "El silencio de las sirenas" ganó el premio Herralde de novela, una de las mejores y de la que más orgullosa se sentía la propia escritora. El silencio, sí. No el de las sirenas, sino el de las mujeres. El amor. El desamor. Y ese sentimiento que está a medio camino entre la melancolía y la tristeza (o de la tristeza y de la melancolía), estaba presente en todas sus obras. También la infancia, la mirada del que aún no comprende muy bien todo lo que le rodea. "La tía Águeda" es un buen ejemplo de ello. Su prosa era sencilla (que no simple) y directa, y siempre escondía aquella grieta por la que se asomaba aquella tristeza, aquella melancolía. La misma que distinguimos al contemplar la mayoría de sus fotos, también las de aquella época, principios de los ochenta. Después de "Las mujeres de Héctor", cambió de editorial (pasó a Plaza & Janés y luego a Debate, donde publicó su dos últimas novelas: "El secreto de Elisa" y "El testamento de Regina") y los críticos señalaron un cambio en el rumbo de su obra. Quizá las nuevas obras no tenían la maestría de "El Sur" o "El silencio de las sirenas", pero sí tenían una calidad literaria y una  hondura que no merecían ser arrinconadas en el olvido. La soledad de las mujeres (muchas mujeres en sus narraciones), la incomunicación, el abandono... El amor y el desamor. Aquella eterna melancolía. Los cuentos de "Mujeres solas" o la novela "La señorita Medina" apuntan en esta dirección. La amistad entre mujeres, los secretos, los enigmas... De todo ello  había en su obra (que incluye también una novela juvenil publicada por Anaya, "El accidente", y varios cuentos publicados en diversas antologías). El misterio. Por alguna grieta también se colaba eso, el misterio. El de vivir, sobremanera. El que, acechando constantemente tras la grieta, también pareció apoderarse de su propia existencia. Hasta el final. Ya desde el olvido.
La vida, ya lo sabemos, es muy injusta en ocasiones. No sé si alguna vez su obra se reivindicará como, a mi modo de pensar, se merece. Más aún en estos tiempos donde todo va a demasiada velocidad y las cosas no pintan demasiado bien para la cultura (para casi nada, en realidad). Quizá no importe demasiado, después de todo. Las cosas son como son, y a veces resulta muy complicado cambiarlas. Supongo que siempre habrá alguna mente inquieta que tras la lectura de su obra más emblemática, "El Sur", se decida a leer todas las demás (siempre están las bibliotecas, ya que su obra está prácticamente descatalogada). Y sentir aquella punzada de melancolía, aquel modo de tratar de explicarse la vida, en tantas palabras como silencios.

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