lunes, 15 de septiembre de 2014

El concierto al que no fui

Me agobian mucho los conciertos que no tienen lugar en teatros o auditorios. No es algo nuevo. Ése es el motivo por el que no fui a ver el concierto que conmemoraba los cincuenta años de carrera de Víctor Manuel. Sin embargo, las imágenes del cantante, tanto en solitario como acompañado de su mujer y sus amigos, me traen a la memoria numerosos recuerdos. No en vano, sus canciones (como las de su mujer y las de la mayoría de sus amigos) son parte fundamental de la banda sonora de nuestras vidas. Recuerdo de aquellas lejanas tardes de la infancia, en Mieres, a la abuela Virginia, tan amante de la música como era, escuchando sus canciones. El hecho de que el cantante fuese de la localidad, le añadía un componente de inevitable cercanía. Era como si todos le conociesen. Todo el mundo parecía sentirse orgulloso de aquel chico que había nacido a dos pasos y que había triunfado en la música. Nadie hablaba mal de él. La abuela cantaba aquellas canciones que escuchaba en la radio o en la televisión, y nosotros la escuchábamos a ella. Cantarina y risueña. Feliz. Echándole un sentido positivo a la vida que, ahora, tantos años después, cuando me siento abrumado por algún problema, recuerdo y trato de aplicarme a mí mismo. Cantemos (aunque, a diferencia de la abuela, lo haga fatal), sí: ése siempre es un buen lema. Una estupenda manera de agarrar la vida.
En la adolescencia, ya entrados los años ochenta, seguíamos escuchando sus canciones, comprando sus discos. Me gustaban aquellos discos que sacaban conjuntamente, él y su mujer, Ana Belén, a la que adorábamos. "Para la ternura siempre hay tiempo" me parece un gran ejemplo de aquellos discos que realizaban mano a mano. Él componía y ella cantaba. O ambos cantaban. Estábamos descubriendo otras músicas, claro, pero las suyas seguían siendo un referente. Esa parte de la banda sonora de una vida que siempre está ahí, presente. Que nunca se aleja demasiado.
Tuve ocasión de verlo en directo, varias veces, siempre en recintos cerrados y con butaca de por medio. En el Campoamor, sin ir más lejos, donde tantos conciertos memorables tuvieron lugar. ((Me viene ahora a la cabeza aquel de María Dolores Pradera con Carlos Cano: otro momento excepcional). Siempre disfrutando de su música.    
Por eso, al ver las imágenes de los conciertos, me entró una especie de nostalgia. Repasando sus canciones uno viene a repasar partes esenciales de su vida. Las personas que ya no están físicamente a nuestro lado porque se han muerto y las que ya no lo están porque se han alejado. O las hemos alejado. Así es la vida. Y así son los domingos, leyendo los periódicos. Días apropiados para esa especie de nostalgia que te atrapa cuando ves una imagen o escuchas una determinada canción. Ese paso del tiempo tan presente en los rostros de los que participaron en el concierto no es más que un reflejo de nuestros propios rostros. Queda la música. Y la certeza de que, efectivamente, cincuenta años, como decía el titular no son nada. Un abrir y cerrar de ojos. Y muchas -muchísimas- imágenes que surgen a toda velocidad y perduran en nuestra memoria. Queda la música, sí. Y la escuchamos.

1 comentario:

  1. Hola! Yo sí fui a ese concierto que tú no ;) Aunque también me agobian estos conciertos multitudinarios era un concierto que me atraía mucho, por los invitados que cantaban con él y sobre todo por ese poder evocador y nostálgico de las canciones de Victor Manuel. Fue un palizón porque hace años que no vivo en Asturias, pero mereció la pena: a unos cuantos de los que se subieron a ese escenario difícilmente se les volverá a ver en otro (Aute está fatal...)
    Entre los recuerdos que me trajo este concierto tengo uno especial: cuando legalizaron el PC, Víctor Manuel y Ana Belen vinieron a un concierto o un mitin que se hizo en el Ganzabal. Al terminar fui a un pub en La Felguera: el Xuan Canas ¿y quién estaba allí?. Víctor y Ana. Estuve charlando con ellos, por aquel entonces eran muy accesibles.
    Eran otros tiempos.

    Saludos!

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