miércoles, 10 de septiembre de 2014

El balcón en invierno

El escritor empieza a redactar su nueva novela, la historia de un jubilado. No parece muy convencido con esas primeras páginas. A ratos, sí. Después de volver a leer esas palabras. En otros momentos, no. Parece cansado. Y decide salir a la calle, abandonar el cuarto de trabajo, entregarse a la vida que bulle en esas calles y cuyos sonidos, amortiguados, llegan hasta su rincón. Regresa enseguida. Vuelve a casa. Pero no a la novela que había comenzado a escribir, la del jubilado. Se queda en un lugar a medio camino: el balcón, "ese espacio intermedio entre la calle y el hogar, la escritura y la vida, lo público y lo privado, lo que no está fuera ni dentro, ni a la intemperie ni a resguardo", y empieza a recordar. Cuando él y su madre se asomaban a otro balcón, mucho tiempo atrás. Ahí se inicia el libro, el último de Luis Landero, "El balcón de invierno". Los recuerdos de la ya lejana juventud, la relación con el padre (ah, la muerte del padre: uno de los ejes de esta narración) y con la madre, las primeras palabras escritas, los motivos por los que la escritura -desde entonces- ya no puede abandonarle. Un libro que no es el libro que el escritor había empezado a escribir, la historia de aquel jubilado. Es otra cosa. Un libro, probablemente, más sincero. Más emotivo. Sobre preguntas y emociones y hallazgos y viajes y diferencias y reconciliaciones. "Las voces del ayer sonando por un momento en la memoria con la misma nitidez que las campanas del reloj y los chillidos de las golondrinas". Un libro sobre la vida del escritor que empezó a redactar una novela sobre un jubilado que no le gustaba. Un libro en el que descubre los motivos por los que las palabras que escribe le otorgan un sentido a su vida. La escritura y la vida, que muchas veces vienen a ser lo mismo. O algo muy parecido.
Tras la magnífica "Absolución", Landero se refugia en el balcón de su casa. Ese balcón que le lleva a otros balcones, los que componen su recorrido vital. Y el resultado vuelve a ser excelente. Palabras detrás de las que se esconden años, experiencias, recuerdos, frustraciones, momentos de gloria. Y el vértigo por ese (inevitable) paso del tiempo que todos sentimos y que casi es un personaje más.  
El afán (cito de memoria) es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que eso conlleva, escribió Landero en su primera novela, "Juegos de la edad tardía". Una vez terminado de leer este último libro, es la frase que me ha venido a la cabeza. Ya lo sabemos: Hay frases tan certeras y contundentes que se clavan en la memoria y permanecen. Como también lo hará este libro, el que comenzó a redactarse después de abandonar la historia de aquel jubilado y asomarse a un balcón.  

1 comentario:

  1. ojalá todos pudieramos disfrutar de la perspectiva que da un balcón. Desde él puedes mirar hacia la calle o hacia dentro de la casa y de una u otra forma lo que ves es diferente a si lo haces a pie de calle o desde dentro de casa. Bss

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