lunes, 24 de diciembre de 2012

Bajar al bosque

Nos refugiamos en el cine. Dicen que se acaba el mundo. Tonterías, ya se sabe: cuando no las dicen unos, las dicen otros. En fin. En todo caso, ¿qué mejor refugio que una sala de cine? El mismo en el que llevo toda la vida encontrando historias, relatos: otras voces, otros ámbitos, que diría el genial Capote. Otras vidas. Cuando uno no tiene -por unos motivos u otros- demasiadas ganas de relacionarse con los demás, el cine siempre está ahí, en la primera sesión, con apenas tres o cuatro personas más en la sala. Se apagan las luces y empieza la magia. La historia que otros han creado para ti, sólo para ti. Abandonas por unos momentos los problemas que puedas tener, los días que se avecinan donde habrá que olvidar las penas para no incordiar mucho a los que tienes al lado, y te dejas llevar. Durante dos horas, inesperadamente, vives en esa historia, habitas en la narración que te están contando. "El cuerpo", otro ejemplo de buen cine español, es la película que hoy escogemos. Una historia sorprendente, unos buenos intérpretes, un guión solvente. Cine recomendable, bien contado. Luego, tras la proyección, damos un largo paseo por las zonas menos transitadas de la ciudad, que, a pesar de los pesares, está que arde. Gente que va y viene cargada de paquetes, regalos, ilusiones, cosas... Nos alejamos del barullo y caminamos en silencio. Todos los años, por estas fechas, con trabajo o sin él, con más dinero o con menos, con muchas ganas de relacionarnos con los demás o más bien con pocas, dedicamos unas horas para nosotros solos, antes del ajetreo de saludos, comidas, brindis, besos, abrazos, felicitaciones, llamadas, encuentros familiares... Unas horas en las que no hacemos nada en particular. Unas horas que dedicamos a pensar o a no pensar en nada (casi mejor), a ir al cine, a pasear, a tomar una copa, a comer, a recordar buenos momentos, a olvidar los malos... Este año, como digo, ha tocado cine y paseo. Un largo paseo, sí. No hacen falta las palabras, ¿para qué darle vueltas a los mismos temas, a lo que nos espera? Habrá que reinvertarse cada día y resistir. Resistir. Ésa es la palabra. No estamos solos en esto. Lo sabemos. No estamos solos, aunque cada uno viva su situación como si lo estuviera. Insisto: Resistir. No sé cómo. Sólo sé que no nos queda otra.
Este paseo de hoy -pienso- es como un paseo por el bosque, alejados de todo y de todos. Bajemos al bosque, le decía a mi madre cuando era pequeño y quería estar a solas con ella, alejados de la casa de los abuelos, en el pueblo. Y mi madre cogía la merienda, me daba la mano y nos alejábamos por un rato del resto de la familia y sentíamos la humedad bajo aquellos árboles, el sol que aún se vislumbraba a través de ellos, el olor de las hojas y la tierra mojada. Nos sentábamos en unas piedras y escuchábamos a los pájaros, el sonido de las hojas mecido por el suave viento, el rumor de algún riachuelo cercano. La merienda, allí, siempre sabía de otra forma. El bosque que estaba cerca de la casa de los abuelos paternos. Allí nos refugiábamos, algunas tardes. Este paseo de hoy me ha recordado a aquellos paseos en los que nos adentrábamos mi madre y yo, cuando no queríamos hablar durante un rato con los demás. Cuando, dentro del bosque, sabíamos que nada malo podría ocurrir. Y, de hecho, nada malo ocurría. Sólo la magia del silencio, los sonidos de la naturaleza, la complicidad de las miradas, el tiempo detenido. Todo eso que regresa a mi memoria hoy, que no se ha ido realmente.

2 comentarios:

  1. Resistir, amigo mío, aunque quieran hacernos creer lo contrario.

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  2. ¡Cómo te entiendo! pasear por el bosque, real o imaginario, alejarse, desconectar del ruido, del bullicio, de las obligaciones familiares etc...
    Ir al cine, pasear, escucharte y no dejarte arrastrar...
    ¡Cómo te entiendo!.

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