lunes, 2 de julio de 2012

El sabor de un helado


De repente, un domingo cualquiera, una de esas tardes calurosas de verano, iniciándose el mes de julio, sales a pasear, compras un helado, vas por la calle saboreándolo, y todo cambia, aunque sea por unos instantes, los que dura el helado en la boca, su sabor deslizándose por la garganta, la vainilla y las galletas Oreo (qué peligro) deshaciéndose poco a poco, lentamente. Algo tan sencillo como eso, degustar un helado, es capaz de cambiar la percepción de las cosas, de dejar atrás los malos rollos, los bajos estados de ánimo que amenazan con instalarse, las dichosas preguntas sobre el futuro más inmediato, las páginas de los periódicos despojadas de ofertas de empleo, lo triste o melancólico de las tardes de los domingos, que nunca termina de desaparecer del todo, por mucho empeño y ganas que le pongas. Un helado de vainilla y galletas Oreo (peligro asegurado). No es el primero de la temporada, pero es el primero que ha logrado todo eso, un domingo cualquiera. Bueno, en realidad no es un domingo cualquiera: es el primer domingo del mes de julio, el primer día de rebajas, y la mayoría de las tiendas están abiertas. Las calles, a diferencia de otros domingos, pese a tratarse de un día muy soleado, están llenas de gente. Personas que caminan apresuradas de un establecimiento a otro, cargadas de bolsas, de muchas bolsas, llamando por teléfono a amigos o familiares para decirles que en tal o cual sitio ya no queda la talla de la chaqueta que buscaban, de aquella camisa que habían visto el otro día, el bolso o el número de los zapatos apropiado, que tendrán que bajar a la misma tienda que hay en alguno de los centros comerciales, sí, mujer, vociferan, claro que merce la pena, la han rebajado más de diez euros, doce, doce euros para ser exactos, anda corre... Caminanos ajenos a todo ese bullicio. Las ofertas que han sacado de libros, a diferencia de otras ocasiones, son espantosas, así que mejor alejarse de toda esa marea, saborear el helado lejos de ahí. Recorremos el Parque de Invierno, aún con un poco de helado en el fondo del vaso. La gente, aquí, está más relajada, tumbada sobre la hierba, en bañador, leyendo un libro o el periódico, disfrutando de la tarde soleada. Gente que, quizá, no tiene coche o no quiere sufrir los atascos de los domingos en carretera, las aglomeraciones de las playas cercanas. O que espera llegar pronto a casa para disfrutar de ese partido histórico que les hará olvidar por un rato sus problemas, sus quebraderos de cabeza. A veces, por delante de nosotros, pasan jóvenes con la bandera española ondeando en sus manos, envolviendo sus cuerpos, con la cara pintada con sus colores. Ya se empieza a sentir el nerviosismo y la excitación que precede a esas grandes celebraciones deportivas. Nos sentamos en un banco, ya sin helado, encendemos un cigarrillo y hojeamos el periódico, el suplemento. Comentamos el artículo de Javier Marías (espléndido), la película que se estrenará esta semana de Paco León... El placer de las cosas sencillas sigue siendo uno de los más importantes. De los imprescindibles. No, no lo olvidamos.

2 comentarios:

  1. ¡Ah,las cosas sencillas!No las simples,claro.De lo evocador que puede resultar un helado de vainilla(a mi me lleva a Papantla,en Veracruz;de donde es originaria,con sus campos de orquídeas blancas- de donde se extraen las vainas para hacerla-del tiempo que transcurrió de aquella visita; de mi primo Gustavo que se dejó morir con una pinche botella de licor al día;de mi tía María, que también se fue aprovechando que estaba completamente sóla el primer día del año...).Son arma de doble filo estas sencillas cosas, que lo mismo te distraen y reaniman, o te hunden y desalientan.¿Quién sabe qué sea lo que hace que surgan unas u otras sensaciones? Coincidamos en un a cosa; espléndido artículo de Javier Marías "Historia de M", y que la próxima vez también lo hagamos en las cosas sencillas.Todo un mundo de distancia, y en el paladar el misteriosos sabor de la vainilla...

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  2. Por lo general las cosas sencillas son las que nos salvan. He podido saborear perfectamente el helado de vainilla, pasear con vosotros, mirar de lejos el precio prohibitivo que tienen los libros. Ho podido quedarme un buen rato sentada en el Parque de Invierno, disfrutando de este relato y de toda la sensibilidad que desprendes. Para transmitir como tú lo haces, hay que ser alguien muy especial.

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