Paquita es una de las mujeres más trabajadoras que conozco. Pertenece a ese grupo de señoras estupendas que ahora están a punto de jubilarse y que, en su momento, no quisieron acomodarse en sus casas. Ella sola, durante más de veinte años, sacó adelante una librería, Aldebarán, que es ya un referente en muchos aspectos. Con tesón, con esfuerzo, con múltiples quebraderos de cabeza. Quitándole horas al sueño, al ocio, a sí misma y a su familia. Resistiendo. Capeando el temporal cuando tocaba, que tocaba muchas veces. Necesitabas cualquier cosa, de papelería o de librería, y ella, Paquita, siempre estaba allí, en esa pequeña y acogedora librería, aunque fueran las nueve o las diez de la noche, ya fuera lunes, miércoles o sábado. A Paquita le entusiasmaba su oficio. Le sigue entusiasmando, aunque, como es lógico, con el paso del tiempo, el cansancio haga su inevitable aparición. Se merece un buen descanso por tantos años de constante lucha y oficio, por su esfuerzo y su labor. Se merece la medalla de los libreros. Antes de trabajar allí, ya éramos amigos. A los dos nos gusta mucho hablar, y estamos del mismo lado del mundo, donde hay que estar. Hablábamos de libros, de música, de política, de nuestras propias vidas. De regreso a casa, en años gloriosos y en otros mucho más difíciles, siempre me gustaba charlar con ella, que, casi desde el principio, intentó por todos los medios que yo trabajase allí. Finalmente, el deseo anhelado por ambos se cumplió. El 28 de junio de 2004, el día más gris y lluvioso de aquel verano, empecé a trabajar en Aldebarán. Cambié muchas cosas, manteniendo siempre la esencia que ella había creado, el espíritu del local. Paquita, desde el primer momento, puso toda su confianza a mi disposición. Me dejó hacer y deshacer a mi gusto y criterio. Y lo hice de la misma manera que si el negocio hubiese sido mío: afortunada o desgraciadamente, no sé (ni quiero) trabajar de otra manera. Los lazos se estrecharon aún más: con ella, con Patricia, su hija y una de mis mejores amigas, con el resto de la familia, siempre tan cariñosa conmigo. Cuando, hace ya dos años y medio, por esas cosas tan sucias como necesarias de la economía, me marché de allí, resistiéndome casi hasta el final, lo hice con una pena inmensa. Por aquellos años de complicidad y camaradería, por el buen rollo y pefecto entendimiento que siempre hubo entre nosotros, por el cariño sincero. La vida es así: tentadora, incansable a la hora de ofrecerte constantes pruebas a cada rato, qué le vamos a hacer. Mi nueva experiencia laboral resultó buena (gracias, Inaciu), pero siempre guardaré aquellos años como parte esencial de mi vida, como persona y como profesional. Y tanto a ella, a Paquita, como a Patricia, su hija, las tengo en ese lado del corazón reservado a las mejores compañeras de viaje.
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