Me gustan los relatos de mujeres viajeras. Esas mujeres que, por unas razones u otras, por decisión propia o por acompañar a sus parejas, se encuentran en otras ciudades que no son las suyas, muy lejos de sus casas, de sus familias, de su entorno habitual. Ahí, en esas ciudades, puede suceder de todo, bueno y malo. Y, de hecho, sucede. Lo imprevisible, lo inesperado, quién sabe. La sorpresa está siempre al acecho. Todo viaje es un enigma, ya desde el mismo momento en que da comienzo. Esas mujeres que deambulan por calles desconocidas, por cafés acogedores, por hoteles de muy diferente pelaje; que descubren nuevos rostros; que piensan en sus vidas; que evocan momentos, sensaciones, recuerdos, anécdotas. Aquí, en este nuevo libro de relatos de Soledad Puértolas -el quinto- hay muchas mujeres de esas. Mujeres, también, que, de pronto, se preguntan para qué han hecho ese viaje y anhelan el inmediato regreso a casa. A veces, los viajes pueden resultar así, qué duda cabe. Pero esas veces -todo hay que decirlo- son minoría. Pese al miedo o a la reticencia incial de algunas de esas mujeres a la hora de emprender el viaje, éste -finalmente- siempre resulta toda una aventura, un hallazgo hasta entonces desconocido. Un camino hacia el conocimiento de otras vidas, de otros paisajes, de otros entornos. Mujeres que viajan a otras ciudades, sí. Y una mujer, como la protagonista del relato "Espejos", que, sin moverse de la habitación, de los alrededores del espejo, resulta ser una de las más viajeras. Esa mujer que conserva las huellas de la madre, de las tías, de otras mujeres de su familia. Es un relato magistral sobre el brutal e inevitable paso del tiempo, sobre la identidad, sobre el vértigo de los viajes interiores, sus incógnitas y sus miedos, cuya lectura me trae a la memoria el comienzo de ese poema de Ricardo Bellveser, perteneciente a su libro "Las cenizas del nido", que dice: "Me miro en el espejo,/ me veo en los vídeos,/ me observo en las fotos/ y no me entiendo./ Como si yo no fuera yo". Y, también, cómo no, a Virginia Woolf, su intimismo y su habitación propia.La ausencia de la madre, las enfermedades, el paso del tiempo y, ¡por supuesto!, los viajes son algunos de los temas esenciales en la obra de Soledad Puértolas, que aquí, en una nueva vuelta de tuerca, vuelven a estar presentes en algunos de los mejores pasajes. Y, casi por primera vez en sus escritos, aparece, a ratos, el sentido del humor, fino sentido del humor, como en ese relato, "Macarena", cuya escena en un restaurante parisino es de esas situaciones que, de tan absurdas, provocan la risa, ¡vaya par de protagonistas!, y se acercan peligrosamente al patetismo. Todos los libros de relatos de Soledad Puértolas tienen un nexo en común, un hilo silencioso que los une. Si en "Adiós a las novias", el anterior, eran esas etapas de la vida que se van dejando atrás, aquí, evidentemente, es el viaje, los viajes. Esa puerta que se abre cuando nos aventuramos hacia un nuevo destino. Esa sorpresa. Diferentes tipos de viajes, diferentes edades de las protagonistas, diferentes situaciones. Un libro espléndido. Historias que pasan por la vida naturalmente como pasa la propia vida, con sus diferentes etapas. Historias que nos llevan a otras historias (mención especial aquí para "Masako", otro de los grandes relatos de este libro). Historias que atrapan porque en el detalle dicho y en el no dicho, ese que se intuye siempre entre las líneas escritas, está la esencia misma de la vida. Y por donde nada pasa, nada, excepto eso, la vida -como dejó escrito Marguerite Duras-, que no es poco.
Reseña aparecida en el último número de la Revista de Literatura "Clarín".
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