jueves, 30 de enero de 2025

Adiós, Marianne

Marianne Faithfull. Todo queda y todo se ha apagado de pronto. Su música, su leyenda, su voz. Todo eso, entonces y ahora. La carcajada, los excesos, la voz dulce de los veinte años y la voz ajada que vino después. Los amores, el talento, la libertad, las drogas, la sabiduría, la anciana que se resistía a abandonar los escenarios, la anciana que se fue apagando. La mujer, tan admirada desde la juventud, a la que tuve a escasos metros en el teatro Jovellanos en una de las noches más memorables que recuerdo. Los pies, las manos, la picardía, el traje gris, la camisa blanca, los labios pintados de un intenso rojo... No era una muñeca, no era un despojo: era una señora monumental. Casi al alcance de una mano, la mía. Working class hero y todas las demás. La mujer rubia que se construyó a sí misma haciendo siempre lo que le dio la gana, incluso si ese deseo estaba cerca de la destrucción. Cuidado ahí: ella misma dijo que no era una superviviente, como tantas veces la definieron, sino una ganadora. Claro que sí: no hay más que echar un vistazo a su larga y fructífera carrera para comprender sus palabras. 78 años que quedan para la historia de la música, del arte. Sólo la muerte, que tantas veces quiso alcanzarla, ha sido capaz de escribir el fin de esta historia. Esa muerte que, como un cuento de Fleur Jaeggy, me deja esta noche un escalofrío por todo el cuerpo. Y la admiración intacta.  

miércoles, 29 de enero de 2025

Maribel Verdú y Mi madre y yo

Sinceramente, respetando las creencias de todo el mundo, no considero que haya otra vida después. Ni cielo, ni infierno, ni todas esas cosas que nos inculcaron de pequeños a varias generaciones. Tampoco creo en señales ni historias así. Los muertos permanecen, según fuese nuestra relación con ellos, en nuestra memoria y en nuestro pensamiento. Mi madre -que fue una madre mayúscula- está presente todo el rato, pero ni hablo con ella ni cosas parecidas que algunas personas sí hacen (y que, insisto, respeto) y así me lo comentan. Sin embargo, ayer ocurrió una cosa curiosa. Había salido a hacer unas compras por el barrio con mi hermana. Alrededor de la una, con todo hecho, empezó a llover con fuerza. La tormenta nos sorprendió delante de un bar donde mi madre y yo íbamos casi a diario y al que no volvimos desde su muerte. Nos planteamos, ante aquel diluvio, entrar a tomar un vino a ese bar. Sirven vinos buenos y abundantes, cosa que no está muy de moda últimamente. Nos sentamos, pedimos el vino y justo cuando la camarera dejó las copas sobre la mesa, me llegó el mensaje de Maribel Verdú hablando en IG de mi libro. Casualidad, sin duda. Por esa casualidad, el mensaje, ya de por sí emotivo, cobró más fuerza si cabe. Allí, en aquella mesa en la que tantas veces habíamos compartido charlas y risas con mi madre, la gran actriz escribía sobre ese libro tan especial. Nos emocionamos doblemente: por el comentario de Maribel y por lo mucho que mi madre se hubiese alegrado por ello. Con la trastienda de la noticia que ayer publicaba por aquí, os doy las gracias a quienes os alegrasteis por ello. Y también a Cristina Pineda, editora de Tres Hermanas, por las palabras que me escribió. 

martes, 21 de enero de 2025

Nieve negra

La trama -bien urdida, sin flecos, como debe ser en el género negro por muchas vueltas que nos quieran dar, llegado el caso, el autor y el protagonista- es aquí lo que menos importa. Aquí lo que verdaderamente cuenta es la manera de narrar de David Torres, esa prosa impecable a la que nos tiene acostumbrados y que en 'Palos de ciego' alcanzó cotas asombrosas. Roberto Esteban se nos muestra viejo, cansado y con frío, ese frío que atraviesa el alma y los huesos, ese frío que por momentos puede ser ya más poderoso que todo lo demás, y que no es metáfora sino palpable realidad. Pero que también quiere llegar al fondo del turbio asunto que se trae entre manos. Atravesará para ello noches tan heladas como las que los años nos van poniendo encima, pisando esa nieve negra o sucia que actúa como la cara B de los mundos que ya no existen o que solo lo hacen en la imaginación, entre cómplices y personajes feroces, galería importante -en su poderío o decadencia- que se va encontrando Roberto Esteban, Robert. Avanza la lectura a toda velocidad, donde la prosa es contundente y la belleza de algunos párrafos te obliga a volver a leer lo ya leído. Es ahí, mientras te vas encontrando con esa galería de personajes de todo pelaje y condición, cuando te das cuenta de que esta historia quedaría muy bien en una película cuyo director/a conociese bien heridas y cicatrices porque de ello va todo esto. De heridas, cicatrices, amistad, hielo, vida y muerte. Y el paso, siempre demoledor, del tiempo. 

No he podido (ni querido) dejar de poner algunos rostros a determinados personajes, si alguien descubre el gran material que aquí hay para una película. Y así la Viuda, pese a que Torres la define como una mujer alta, tendría el rostro y la voz que los años le han puesto a Victoria Abril. Esa Victoria Abril con arrugas, la voz a dos pasos de la de Lola Gaos y ese dominio que, ya en el papel, hiela la sangre. Pero esto ya son cosas mías: lo fundamental es recomendar esta novela tan bien escrita, tan cuidadosamente editada.  

sábado, 18 de enero de 2025

Babygirl

 (Advertencia: puede que este comentario sobre 'Babygirl contenga spoilers)


Hay cosas que no entiendo, que se me escapan. No entiendo, por ejemplo, el dolor voluntariamente escogido en las relaciones amorosas o sexuales. Bastante, creo yo, tenemos con el dolor que nos va imponiendo la vida con las enfermedades, las separaciones (de cualquier tipo), los desengaños (de cualquier tipo) o las muertes de los seres queridos. Aunque me parece estupendo que cada cual haga lo que le venga en gana en su intimidad siempre que sean relaciones consentidas y entre personas adultas, faltaría más. Vive y deja vivir. Disfruta del placer y que cada cual lo disfrute a su modo. No entiendo ese dolor ni tampoco la humillación ni la sumisión. Quizá por eso, porque no entiendo muy bien estas cosas, esta película no me ha gustado nada. Me han aburrido muchísimo las andanzas de esta mujer que lo tiene todo (poder, dinero, salud, inteligencia, amor...) y que pierde el sentido por un tío joven que la pone a cuatro patas a beber leche de un platillo (literalmente) como si fuera una perra. No me parece ni siquiera transgresora la postura de la directora de la película, si la opción era defender el masoquismo al ritmo de George Michael. Es más: me parece una sucesión de imágenes bastante pasadas de moda y hasta patéticas (la pelea final entre el marido y el amante no tiene nombre, como tampoco lo tiene ese vulgar homenaje a la Sharon Stone de 'Instinto básico'), sin la gracia de aquellos arrebatos de Adrian Lyne en los 80, otras épocas. Nicole Kidman se esfuerza y hace lo que puede con todo este batiburrillo, pero lo del Oscar... en fin. 
En fin, con todo. Para entendernos. 

jueves, 16 de enero de 2025

Fotografía, 1988

Un amigo sube a Facebook una foto del cine Proyecciones de Madrid, año 1988. Y en la fachada, un enorme cartel de la séptima película de Pedro Almodóvar, 'Mujeres al borde de un ataque de nervios'. Cómo me emociona esa foto. El cine, el cartel, la película, el año... El tiempo transcurrido. Las risas y las lágrimas. Las presencias y las ausencias. Las ilusiones y las ilusiones perdidas. El camino recorrido y el camino que queda por recorrer. Y el modo en el que lo recorreremos. Tantas palabras escritas, tantas incógnitas. Todo está ahí, en esa vieja fotografía. 

sábado, 4 de enero de 2025

Año nuevo

Hay tanta gente por la calle que a veces cuesta caminar por los lugares de siempre. Intuyo lo que anda buscando toda esa gente (regalos, reencuentros, copas), lo que no sé muy bien es que hago yo ahí. 


Busco un papel de regalo, y eso, aunque no sé muy bien el motivo, me hace sentir un poco ridículo. 

El cielo oscurece y empieza a llover. Abro el paraguas, ya lejos del barullo. Me acuerdo del paraguas que compramos en Berlín y que perdimos un día en que la lluvia se quedó solo en amenaza. Una chica rubia de unos cuarenta años pasa por mi lado hablando por teléfono. Dice: Estoy ya de comida hasta los cojones. Hoy solo voy a cenar un poco de jamón york. 

Me gasto parte del dinero que me dio mi padre por estas fechas en libros de segunda mano. Encuentro, publicada por Anagrama, la primera novela de Miguel Sánchez-Ostiz, 'Los papeles del ilusionista'. Qué inesperado hallazgo. Cuánto talento. 
Escribe Sánchez-Ostiz: Vagamente recuerdo que alguien dijo que aprendiendo a habitar la casa, aprendemos a habitar en nosotros mismos. Me gustaría que estuviera en lo cierto. 

Tengo que escoger entre ver 'Oh, Canadá' o 'Cónclave'. Aunque las críticas son demoledoras, me apetece más la primera. Íñigo prefiere la segunda. Es probable que la de Paul Schrader llegue primero a cualquier plataforma. Pedimos entradas para la segunda. Está muy bien, aunque tiene un final ingenuo e imposible. No importa. Ralph Fiennes e Isabella Rossellini me transportan a lugares gozosos de la juventud. Por eso, y por sus impecables trabajos, me gustaría que se llevasen algún premio. 

Enciendo un cigarrillo, y la intención de que sea el último es la misma que la del año pasado.

Me gusta escuchar por la radio a la librera y escritora Laura Riñón recomendando a Virginia Woolf.