martes, 24 de mayo de 2022

Vieja fotografía

Éramos jóvenes y no sabíamos que ese tiempo, el de la juventud, tenía fecha de caducidad. Como la de los yogures o las pizzas congeladas. Ni hacíamos caso de los consejos ni mirábamos las fechas de caducidad de los alimentos. Ya llegaría el momento. Leíamos las Crónicas de motel, de Sam Shepard, una y otra vez, y escuchábamos a Bob Dylan en el coche, a todo volumen, camino de la playa. Cantábamos mal, pero eso qué importaba. Aún quedaba alguna playa salvaje y pasear desnudos por la orilla no era rebeldía sino más bien una especie de necesidad después de tanto encorsetamiento. Pasear y gritar, llegado el caso, como aquel grito de Debra Winger en el desierto de Paul Bowles, cuyos libros también estaban bastantes manoseados. No había amor ni tampoco sexo, solo amistad, pensara lo que pensara alguna gente. Alguna gente casi siempre piensa lo que no debe: con algo hay que entretener el aburrimiento y espantar a las moscas. Algunos años más tarde, como la de los yogures y las pizzas congeladas, llegó la fecha de caducidad. Quién sabe lo que pasa por el interior de las cabezas en determinadas noches de tormenta. Los rayos pueden llegar a ser más poderosos que los sentimientos. La fotografía ha regresado hoy porque Dylan está de cumpleaños. Ochenta y uno. Solo por eso. Demasiadas páginas del álbum se han colocado ya sobre ella, convirtiéndola en una especia de pergamino difuso. 

Qué lejos todo, qué lejos. 

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