miércoles, 16 de enero de 2019

Croquetas

Dicen por aquí que hoy es el día de la croqueta. Mi madre me enseñó a prepararlas, muchos años atrás ya. Como la mayoría de los platos que sé cocinar, frixuelos incluidos, que no sé yo en qué colegios enseñan a hacerlos, pero bueno ésta es otra historia. Revolver con paciencia y arte (con cuchara de madera, nada de batidoras ni otras máquinas) la bechamel para que no se creen grumos, llegar a la textura precisa (ni gruesa, ni demasiado líquida). dejarla enfriar el tiempo necesario, hacer la forma (grande o pequeña: según el día, según los gustos) y freírlas a la temperatura adecuada, siempre pendiente de que no se quemen ni queden crudas. Lo elemental, si tienes ganas y le pones voluntad. Porque la croqueta -como la mayoría de los platos, en realidad- precisan de eso: de ganas y voluntad. 
Dicen por aquí que hoy es el día de la croqueta. Pues vale. Si las ocupaciones me lo permiten, me pondré a ello en un rato, aunque en esta casa el día de la croqueta se celebra a menudo. Uno de esos platos estrella que se preparan para celebrar algo o para aligerar los problemas. 
Más gratificante aún que su sabor, es ver la cara de satisfacción de quien las comparte contigo. Porque la croqueta, como todos los platos (creo), hay que disfrutarla en compañía. En la barra de un bar o en la cocina de tu casa. A ser posible con una buena copa de vino y al hilo de la charla. Quizá esto último también forme parte del secreto de su éxito. Quién sabe.  

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