domingo, 2 de septiembre de 2018

Otro septiembre

Es inevitable. El final del verano trae siempre el recuerdo de otros veranos en los que no sé si fuimos más felices, pero en los que teníamos la sensación de que todo poseía una extraña lentitud que parecía que iba a durar para siempre. Aquella extraña lentitud, con los años, se fue desvaneciendo. Y se fueron encadenando septiembres y eneros con la misma velocidad con la que, de lejos, veíamos pasar los trenes rumbo a lugares más grandes. Los domingos ya no nos vestíamos de domingo y las noches de sábado dieron paso a una serenidad que nunca estuvo premeditada. Por el camino fuimos dejando cansancios y máscaras. Y descubrimos miradas que se amoldaron a la nuestra, y entonces dejamos de sentirnos tan solos y tan vacíos (el camino y las madrugadas siempre desgastan: eso es algo que aprendimos por nosotros mismos). Y, de repente, ya está aquí otro septiembre. Y hacemos planes, y trabajamos en proyectos, y nos ilusionamos y dejamos por un momento de hacerlo (arriba y abajo, también es inevitable). Y por un momento en esa luz dorada que se cuela en el estudio descubrimos destellos  fugaces de aquella lejana lentitud, pero son sólo eso, destellos fugaces.

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