martes, 20 de enero de 2015

La nieve, un instante

Me quedo quieto ahí, frente a la ventana. Aún es de noche. Sólo una pequeña luz que procede del edificio de enfrente ilumina esa oscuridad. Débilmente. Una figura se mueve en el interior de esa vivienda con pasos lentos, como si caminase con dificultad. Es una mujer mayor, muy mayor. Puedo verla cuando se acerca a la lamparilla que ilumina trémulamente la habitación en la que se encuentra, el papel estampado de las paredes, los barrotes de una cama antigua. Va vestida de negro. Lleva algo en el pelo, pero no consigo distinguir bien de qué se trata. Tal vez se trate de una redecilla o de un diminuto gorro de lana, también negro. De pronto, con esa misma dificultad con la que se mueve por la habitación, se acerca a su ventana y nuestras miradas se cruzan. O parece que lo hacen, que se cruzan. Aunque creo que las dos miradas, la suya y la mía, observan lo mismo: la nieve, un instante. La nieve que revolotea, que duda entre quedarse o transformarse en agua. La nieve, en este enero, que es la misma de siempre y que no lo es. Como no lo somos ninguno de los dos, esa mujer que viste de oscuro ni yo mismo. Es probable que la mujer ya viviese ahí cuando nosotros empezamos a ocupar este apartamento. Nunca, hasta esta madrugada, había reparado en ella. Quizá tengamos horarios diferentes. Quizá esta madrugada, al hilo de la fugacidad o la ensoñación de la nieve, hayamos descubierto uno la existencia del otro. Quizá sólo la esté imaginando, como -quizá- imagino la nieve ahí, al otro lado de la ventana, un instante. Antes de que se vuelva agua. Lluvia furiosa que golpea el suelo del patio, los cristales, los tejados, las aceras. Las piernas de los transeúntes. Sus ridículos gorros de plástico. Los paraguas -negros o de colores- de toda esa gente que, en apenas una hora, comenzará a caminar por las calles, aún a oscuras, en dirección a un trabajo, a un hospital, a una iglesia, a una entrevista de trabajo, a una cita clandestina, a una caminata sin rumbo. Un nuevo día, aún sin nieve, contradiciendo los partes meteorológicos. La nieve, como la propia vida, va a su aire. Ya deberíamos saberlo. Aunque nuestros ojos, los de esa mujer y los míos, consigan atraparla por un instante que se desvanece con la misma facilidad que si la hubiesen rozado nuestras manos. La nieve, un instante, en nuestras manos y luego nada, copos que se deshacen velozmente, rastros de agua helada. Acaso otra ensoñación, preámbulo de no se sabe muy bien qué. Acaso, esta vez, sólo cansancio.

3 comentarios:

  1. ¿Habrá algo más efímero que la nieve caída en la ciudad?

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  2. Me encanta tu forma de describir un tema tan bonito.

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  3. Me ha gustado mucho ese instante que nos describes Ovidio. Los instantes, al igual que esos copos que revolotean por tu post son fugaces, efímeros, pero creo que en eso reside su belleza, en lo "inatrapable" de su fugacidad...como todo lo bello....
    Saludos!

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