domingo, 4 de enero de 2015

El viaje de Fulgencia

Las novelas románticas han sido en numerosas ocasiones una vía de escape para muchas mujeres. Como librero, bien lo sé. Lectoras de novelas románticas ñoñas o de novelas románticas con alto contenido erótico: de todo hay. Mala literatura, básicamente. Aunque cada cual es muy libre de escoger sus lecturas, ¡faltaría más! Corín Tellado -reivindicada en su momento, no hay que olvidarlo, por el mismísimo Mario Vargas Llosa: reivindicación un tanto absurda, a mi modo de ver-  llenó de pájaros muchas cabezas y, de paso, sus bolsillos con mucho dinero. Lo mismo le ocurrió a la autora de ese engendro cuya adaptación cinematográfica verá la luz en unas semanas y cuyo título me niego a reproducir aquí. Menciono todo esto porque Cristina Monteoliva, que tanto ha escrito sobre libros, acaba de publicar su primera novela, "Corazones en Barbecho", y su protagonista, Fulgencia, es una lectora voraz de novelas románticas. Lo es hasta el punto de que, en cada situación que vive, siempre piensa en alguna escena de las muchas novelas que ha leído (más de trescientas). Una mujer con una vida complicada detrás que emprende un viaje en autobús en busca del amor. A su paso, muy centrada en su propósito, se irá encontrando a una serie de personajes (estupendas las dos chicas policías, con los pies en la tierra, que remiten al Almodóvar más divertido), reflejo de la situación actual de crisis que estamos viviendo, que me parece uno de los aciertos de este texto de Monteoliva. El otro gran acierto es el personaje principal, la inefable Fulgencia, que está más cerca de aquella Shirley Valentine de la obra teatral (Esperanza Roy y Verónica Forqué  dieron vida al personaje sobre las tablas) que luego también fue película (protagonizada por Pauline Collins, con nominación al Oscar incluida) que de cualquier novela romántica (ya sea del tipo ñoño o del erótico-festivo). Algo torpe y alocada, perdida en sus ensoñaciones y sus ramalazos de inocencia, en su rutinaria y dura vida, Fulgencia tiene muy claras sus ideas. Y a por ellas va con todas sus consecuencias, en ese viaje que durará una jornada y que terminará, de regreso en el mismo autobús de que partió, con una entrañable y conmovedora escena.
Cristina Monteoliva ha escrito una novela divertida, casi trepidante, donde las sombras de su personaje (la soledad, la vida familiar a la que se ha visto abocada, los chismes del lugar donde vive, las pocas luces) se difuminan enseguida con las peripecias, la ilusión y el sentido del humor de su personaje, tierno y algo alocado, como he dicho antes. También, añado ahora, demasiado obsesionado por conseguir sus propósitos. Aunque ahí, precisamente, radica la gracia de su viaje y de esta novela corta. Novela que bordea la parodia de esas novelas a las que su protagonista es adicta, y que, en esa parodia, precisamente, encontramos otro de los aciertos. Quizá, junto a  la creación de la protagonista, el más revelador. Las historias (y los viajes) de Fulgencia no han hecho más que comenzar.    

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