lunes, 22 de diciembre de 2014

Juego de fotografías

Para Azucena Vence.

Miro la fotografía, en blanco y negro. Dos mujeres. La abuela y la nieta. La mujer joven se apoya en el hombro de la mujer mayor. Un gesto delicado que podría describir perfectamente la fotografía, sin necesidad de palabras. De hecho, lo hace. La describe a la perfección. Sin embargo, me abalanzo sobre el espacio en blanco y escribo estas palabras. Hay algo en esa fotografía que me conmueve. La mujer joven, alrededor de los cuarenta años, aún puede disfrutar de su abuela. Quizá sea eso. Su fortuna me conmueve. Como me conmueve pensar que yo no he tenido esa suerte. Supongo que su caso es la excepción, que casi todos nos hemos quedado sin abuelos demasiado pronto. Eso pensamos siempre, sin duda. Me alegro, no obstante, de la felicidad que transmite la foto. La serenidad. La luz. El juego de colores, de sombras.  Cuando no hacen falta palabras pero las ponemos igualmente porque la poesía puede aparecer inesperadamente en cualquier rincón, en cualquier fotografía, donde sea. ¡Cuántas veces habrá apoyado su cabeza la mujer joven en el hombro de la abuela como lo hace ese día de septiembre, finalizando el verano, el sol ocultándose ya entre los árboles! Tantas veces, imagino, que será imposible recordarlas. La mujer joven se apoya en la abuela y lo hace sin darse cuenta, en un gesto instintivo. Buscando el refugio, el sosiego, la calma. Alejándose por unos instantes de todo lo demás. Ahuyentando esa brecha por la que a veces se cuelan los problemas y los líos de la vida cotidiana. Todo eso que, en la fotografía, es imposible percibir. Cerca de los abuelos, más aún de las abuelas, los problemas nunca existen. Quedan ocultos. Desaparecen. O eso creo recordar.
Ese mismo día, el día que miro esa fotografía en blanco y negro, se cumplen veinte años de la muerte de mi abuelo Tomás. Veinte años. Ahí es nada. Todas las cosas que pueden ocurrir en veinte años. Alegrías, decepciones, risas, llantos, más risas, enfermedades, nuevas ilusiones, fracasos, trémulas expectativas... Cientos de palabras podrían describir de un modo más o menos preciso ese tiempo. Cientos de imágenes que nunca podrían resumir del todo ese trozo de vida, ese trecho del viaje. Veinte años sin el abuelo y seguimos recordándole, cada día, como a la abuela Virginia, su mujer. Así quedan grabadas algunas personas en nuestra memoria. Pero no me dejo desanimar por la nostalgia. Miro de nuevo la fotografía que la mujer joven me enseña. Pienso que ella recordará a su abuela del mismo modo, cada día, cuando ya no esté. La fotografía donde ella está apoyada en el hombro de su abuela. Esa felicidad me reconforta. Esa serenidad. Esa luz. Ese juego de colores, de sombras. Miro todo eso y me quedo en silencio, recordando. Porque -ahora sí- ya no hacen falta más palabras.

1 comentario:

  1. Tu manera de recordar es una belleza. Es cierto, además porque los abuelos se nos quedan en la memoria, aunque se nos hayan ido demasiado pronto, y son ellos, los que guían nuestras palabras para ser rescatados y compartidos con otros.

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