domingo, 7 de julio de 2013

Los vecinos de enfrente

Los vecinos de enfrente se han ido. De la noche a la mañana. Han desaparecido. Los vecinos de enfrente, sí. Aquellos que se pasaban el día limpiando la casa, escuchando músicas melancólicas en un idioma que parecía francés pero que no lo era y hablando en voz muy alta en ese mismo idioma, como si viviesen solos, aislados, sin vecinos a su alrededor. Bueno, en realidad la que se pasaba el día limpiando y tendiendo ropa era ella, una de las chicas que vivía en ese piso del edificio de enfrente. El chico, más silencioso, se pasaba el día (y la noche) viendo la televisión, en calzoncillos (siempre grises). No creáis que soy un cotilla. Sólo con pasar al lado de la ventana, ya los veías. Nunca echaban las cortinas ni bajaban las persianas. Ni siquiera por la noche. Eran gente extraña. No tengo nada contra la gente extraña, todo lo contrario. Hay gente extraña que, incluso, me fascina. Ahí están Los Modlin, esa extraña familia norteamericana que vivía en un piso de la calle Pez, en Madrid, con su único hijo. Cómo ella, Margaret, se creía un ser artísticamente excepcional y él, Elmer, su marido, un actor de segunda o tercera fila, contribuía a ello. Encerrados en ese piso, viviendo a su aire, buscando la fama y el reconocimiento, ¿quién sabe lo que ocurría detrás de aquellas paredes? Algunas fotos y vídeos caseros aparecidos en un contenedor de basura, tras su muerte, sirvieron para hacer un documental sobre sus vidas y pronto aparecerá un libro en el que se les retrata. ¿Quién sabe lo que ocurría allí, en aquellas habitaciones de la casa de Los Modlin? Ah, el misterio de la intimidad. La intimidad de cierta gente extraña que nos cautiva. Su pensamiento, su forma de vida. Se pueden hacer cábalas, conjeturas, a través de esos documentos aparecidos en la basura, pero la verdadera historia sólo la conocían ellos, evidentemente. Las ansias por alcanzar la fama, el reconocimiento. Los vecinos de enfrente, los que se han ido, me han recordado esta historia, la de Los Modlin, aunque no tengan nada que ver. No creo que los vecinos de enfrente buscasen la fama ni el reconocimiento: ni siquiera que fuesen artistas o tuvieran intención de serlo. ¿Dónde habrán ido, por cierto, los vecinos de enfrente (Los Modlin están muertos, ajenos ya a este reconocimiento póstumo)? ¿Habrán encontrado un alquiler más barato? ¿Otro trabajo? ¿Acaso trabajaban (sus horarios también eran extraños: a veces hablando por teléfono a las cinco o a las seis de la mañana mientras yo, como ahora, estaba escribiendo)? ¿Se habrán marchado a su país? ¿De qué país procedían? Preguntas y más preguntas... Todas ellas sin respuesta. Resulta curioso asomarse a la ventana y ver que ya no están allí, en el edificio de enfrente. Las cortinas siguen abiertas. La casa ahora está vacía. Y silenciosa. No está el televisor encendido, como antes, hasta el amanecer, ni la ropa tendida en un tendal que ahora parece medio abandonado. No hay nada de eso. Tampoco aquellas extrañas llamadas en mitad de la noche. Sólo silencio. Silencio.

2 comentarios:

  1. Mi vecina, en esta caso de abajo, también se ha ido. Apenas la había visto un par de veces por la calle, pero su risa me recordaba a cada instante que estaba ahí, feliz cual codorniz, y aunque reconozco que al principio me molestaba horrores, el día que dejé de escucharla comencé a echarla de menos. Risitas, como así la llamaba, era feliz, cosa bastante difícil en estos tiempos. Pero ella lo era, y su risa estridente se convirtió la banda sonora del edificio. Nunca supe el motivo de tanta risa ni de tanta felicidad, ni lo sabré, el secreto se fue con ella.

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  2. yo escribiría una historia para cada uno de mis vecinos, en especial para el de enfrente de mi casa, se levanta a mi misma hora, sale para el trabajo a pie, tiene hábitos bastante parecidos a los mios, pero no sé quién es, no le conozco de nada, sin embargo, le veo cada día incluso más veces a la semana que a algunos de mis seres más queridos

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