sábado, 27 de julio de 2013

La primera vez que no te quiero

Un puzzle en el que, metáfora de la propia existencia, van encajando a la perfección las piezas de una vida fragmentada, construida desde el recuerdo, a golpe de ironía y sinceridad, de ternura y contundencia, de intimidad y reflexión. La vida de una mujer, Julia, la protagonista de la nueva novela de Lola López Mondéjar, "La primera vez que no te quiero". Una vida -como todas- repleta de estados de ánimo, sensaciones, anhelos, decepciones, avatares, luchas, luces y sombras. Lo normal, aunque en cada uno de nosotros, como en ella misma, Julia, esa normalidad se convierta siempre en algo extraordinario. Una vida que se va diseccionando con implacable serenidad. Sin más frialdad que la necesaria. Sin fingimientos. Con precisión. Como Margaret Atwood diseccionaba la infancia y la juventud de la protagonista de "Ojo de gato", una de sus mejores novelas (me ha venido a la cabeza varias veces la obra de la canadiense al leer la extraordinaria novela de Lola que hoy nos ocupa). La vida como aprendizaje, ¿de qué otra cosa se trata? Y también como fascinación. Los altos y los bajos, los momentos de gloria o  de fracaso, la inocencia y su reverso, desde ese arranque sobrecogedor, espectacular: "Cuando tenía dos meses de edad, mi madre intentó ahogarme mientras me bañaba". A partir de ahí, todo lo demás. Las relaciones con los otros: la familia, los compañeros, las amigas, los hombres... Ah, el amor. Otra forma de aprendizaje. Los caminos, en este sentido, equivocados. O no. Las elecciones que determinan buena parte de lo que vendrá después, de los que somos, de lo que reflejan nuestros espejos. Caer y levantarse, otra vez más. En eso consiste todo esto, ¿no? Evidentemente. Aunque esa teoría se vaya aprendiendo poco a poco, a golpe de caídas y sus posteriores restablecimientos. De decepciones, sí. Esas puertas que se cierran de una manera violenta y que -inevitablemente- conforman el carácter de un modo rotundo, decisivo. Como lo conforman -siendo justos- esas otras ventanas que se abren, de las que sólo se espera luminosidad. Hechos que el tiempo transforme en buenos recuerdos. Tal vez, a qué negarlo, recuerdos un poco distorsionados. Sólo un poco. 
Las ganas de cambiar las cosas, las propias y las que la rodean, la mayoría de las que le rodean, a ella, a Julia, la joven protagonista. En un mundo cerrado (el último tramo del franquismo) y la apertura que se atisbaba y que fue llegando posteriormente, con cierta lentitud (aunque ahora pueda verse de otro modo). Julia, en ese trayecto, va cambiando, como es lógico. Su existencia se va transformando en esos años, como el propio tiempo que le está tocando vivir. Los acontecimientos pegados a la piel de la niña, de la adolescente, de la mujer, a la generación a la que pertenece. La de tantos españoles (mujeres y hombres) que estuvieron ahí, que soñaban con un tiempo diferente, definitivamente mejor, pese a la lentitud en sus avances. Una generación -acaso como todas- que hizo las cosas como pudo, como supo. Simplemente. Con sus aciertos y sus errores. Tampoco lo tenían nada fácil. Seamos justos reconociéndolo.
Lola López Mondéjar, autora de varios libros, entre ellos los muy recomendables  "Mi amor desgraciado" (novela) y "Lazos de sangre" (un conjunto de historias cortas, donde se encuentra uno de los relatos más fascinantes y conmovedores que he leído en los últimos tiempos, "El hermano gemelo"), ha escrito una novela extraordinaria, impactante. Tan hermosa como su título. Un viaje que es el viaje de una niña hasta que se convierte en una mujer hecha y derecha, como ella misma señala al final de este recorrido, y que son muchos viajes. Viajes que ningún lector atento debería perderse. Hacedme caso.   

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