miércoles, 13 de febrero de 2013

Desahuciados

No puedo dejar de pensar en ello, en ellos. En ese matrimonio que se suicidó el otro día tras recibir del banco una orden de desahucio por impago. Desconozco su historia, evidentemente. Los periódicos sólo cuentan la noticia del suicidio, posiblemente causada por una ingesta de medicamentos. Pero cualquiera puede ponerse en su piel, en la piel de esas dos personas de sesenta y pico años, jubiladas. El miedo, la incertidumbre, la vergüenza... Todo lo que pasaría por sus cabezas: todo ese dolor, todo ese nerviosismo, toda esa frustración. ¿Quién daría el primer paso, el de pronunciar la palabra suicidio? Esa palabra que asociamos a los poetas románticos o a las personas que se encuentran en las situaciones más desesperadas, más angustiosas. Al que sufre penas -de amor o de lo que sea- tan grandes que le resulta imposible aguantar un minuto más en este endemoniado e injusto mundo. Nunca pensamos que esa palabra, suicidio, pudiese ir asociada a los desahucios. Las cosas se están desbordando de una manera que más que asombro produce auténtica desazón. Pánico. Rabia. Impotencia. Infinita tristeza. Asco. Las palabras se quedan cortas. Por una vez, se quedan cortas. Me los imagino a los dos, como cualquiera de nosotros puede imaginarse a sus propios padres o abuelos en semejante situación, sentados en el salón, antes o después de comer, acaso tomándose una copa o fumándose un cigarrillo (prohibidas ya, seguramente, por sus médicos, ambas cosas), sugiriéndole el uno al otro -no sabemos quién a quién- esa posibilidad, la del sucidio. Espeluznante. La escena no admite otro calificativo. Es inevitable que me venga a la cabeza la historia de "Amor", la reciente película de Haneke. Allí la historia era diferente, lo sé. La devastación de la enfermedad era lo que arrasaba con todo y la que desencadenaba determinada situación. Pero no puedo dejar de pensar en esa atmósfera. La atmósfera de la desesperación más auténtica. Los dos jubilados, antes o después de comer, acaso tomándose una copa o fumándose un cigarrillo, tomando esa decisión. La última de sus vidas. La más determinante. Esa decisión en la que, con toda probabilidad, jamás habían pensado. En ninguno de todos los años de convivencia, ni siquiera anteriormente. Me los imagino en la manera de llevar a cabo la acción. Y cuando, de pronto, surge la posibilidad de hacerlo con medicamentos, me los imagino, sí, haciendo acopio de todos los que encontraron por casa. Quién sabe si llevaban semanas pensando en la idea y recopilando esos medicamentos. Quién sabe. Guardando silencio para que nadie -sus hijos, sus vecinos, sus amigos, sus familiares...- descubriese su plan. El secreto mejor guardado. Y las palabras escritas en ese papel que encontró la policía explicando las causas por las que habían tomado la decisión de quitarse la vida. Esas palabras, y luego el silencio.  

3 comentarios:

  1. Tremenda narración... Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Los años de vida aumentan la sabiduria.Nunca sabremos porqué lo hicieron.Es seguro que estaban agobiados,pero probablemente lo que le hizo tomar esa determinación fué dar una lección de lo que las buenas gentes no deben hacer durante el infimo tiempo vitál que gozamos.La vida es un instante.La politica es necesaria,pero hay que saber administrarla.......el....

    ResponderEliminar
  3. Infinita tristeza...y vergÜENza,auténtica vergÜEnza ante una situación que desgraciadamente se repite últimamente con demasiada frecuencia.

    ResponderEliminar