lunes, 18 de febrero de 2013

En un café de Gijón

Al otro lado del enorme ventanal, la gente se mueve a su aire, sin demasiadas prisas. Es viernes por la tarde y parece que las cosas se van calmando, los ajetreos propios de la semana se reanudarán el próximo lunes. La historia siempre es la misma. Un hombre joven e ilusionado lleva una botella de vino en una bolsa de cartón (quizá para celebrar por la noche con su pareja una cena, quizá para compartirla con sus amigos), una mujer con un libro recién comprado (ah, las novedades literarias que aparecen todas a la vez, acercándose los primeros calores de la primavera), grupos de niños excitados porque no tienen que volver a clase en dos días (¿quién no recuerda esa magnífica sensación, pese a lo lejanos que parecen ya aquellos días en el tiempo?). Son algunas de las personas que pasan por delante de nuestros ojos, sentados en uno de esos viejos y encantadores cafés de Gijón, al otro lado del enorme ventanal. El mar está cerca: el sol lo ilumina con fuerza, lo calma. Detrás de cada una de ellas, de esas personas, como siempre, se encuentra una historia. O más de una. La historia que están viviendo y la que tienen detrás, sobre todo los adultos. A los niños aún les queda mucho camino por recorrer. Es viernes y hace calor. Sensación de primavera. Quizá sea sólo un espejismo y regresen el frío y las lluvias, que regresarán con toda probabilidad. Aún es tiempo de todo eso: el tramo final del invierno. Pero hacemos como que no va a ser así, que la primavera se va a instalar definitivamente en nuestras vidas de manera inmediata. Tomamos lentamente el café y disfrutamos de esa ciudad, Gijón, una de nuestras preferidas, una vez más. Necesitábamos esa tarde de tranquilidad, lejos de nuestros escenarios habituales, de la rutina. Tomar el café en silencio, observando a la gente que pasa, compartiendo complicidades.
Regresará el lunes, sí, con sus ajetreos característicos y su rutina, pero ahora estamos aquí, en Gijón, en este viejo local, saboreando lentamente nuestros cafés. No pensando en nada, dejando pasar la vida, esta tarde de viernes y de calor inesperado. Sintiendo en la piel ese sol que se cuela por el enorme ventanal y la calienta. La luz que, hoy, no parece agotarse. Afortunadamente.

2 comentarios:

  1. El mar, un día soleado, un café con leche bien caliente, la buena compañía y un libro recién salido, son ingredientes más que suficientes para sentirnos vivos y afortunados, el lunes ya se verá, o como dice Sabina: "el lunes al café del desayuno vuelve la guerra fría". Espléndido, Ovidio.

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