viernes, 19 de octubre de 2012

Las voces bajas

Aún no son las doce del mediodía. Las voces del cabaret berlinés de entreguerras, que proceden de Radio Clásica, se funden con las voces de los manifestantes que recorren las calles y que entran ahora mismo, entre ráfagas de frío y viento, por la ventana. Otra manifestación, esta vez de estudiantes. En el fuego, lentamente, están cociéndose lentejas. Su olor me trae a la memoria el olor de las lentejas que preparaba, cuando empezaba el otoño, la abuela Luisa en la cocina de carbón. Las mejores lentejas que comí en toda mi vida, aunque por aquel entonces no era mi plato preferido precisamente. Ella, la abuela, decía aquello de lentejas, lentejas, comida de viejas, si las quieres las comes y si no las dejas. Aunque, por supuesto, ella jamás te permitía dejarlas. Lo que está en el plato hay que comerlo todo, decía con rotundidad. Teníais que haber pasado el hambre que nosotros pasamos cuando la guerra, añadía. Y así era, había que comerlo todo. La abuela Luisa no se andaba con pamplinas. Por eso yo no era su nieto preferido: porque siempre le rebatía sus argumentos, aunque terminase siempre comiéndome todo lo que había en el plato, bajo su atenta mirada. Estoy leyendo, mientras se van cociendo las lentejas a fuego lento, el último libro de Manuel Rivas, "Las voces bajas", que evoca, precisamente, algunos recuerdos de los primeros años de su vida. La relación con los padres, con los padrinos, con su hermana María... Uno de esos libros que, dentro de su aparente sencillez, en apenas doscientas páginas, esconden más verdad y más literatura que muchas novelas de cientos de folios. Su tono es íntimo, cercano, confidencial. Cercano, en ocasiones, a la poesía. Algunos de sus recuerdos, pese a la diferencia de edad, también son los míos. El frío, el miedo, los sentimientos por la familia... Un libro conmovedor, de esos que se releerán por partes una y otra vez, seguramente. Las casualidades quieren que, horas más tarde, vayamos a Mieres. Nos han hablado de una pequeña librería que traspasa en el centro a un precio razonable, cerca de aquellas calles que tantas veces recorrí con mis padres y mis abuelos cuando era pequeño, y, dado que nadie nos llama ni por casualidad para trabajar en ninguna librería (ni en ninguna parte, dicho sea de paso), queremos echarle un vistazo. Soñar es gratis (una librería, para los dos, ése sería nuestro sueño) y por echar un vistazo a las cosas no se pierde nada, ya se sabe. Siempre me produce una extraña sensación volver a Mieres, recorrer esas calles, percibir ese olor. Muchos sentimientos se entremezclan en mi memoria. Y siempre terminan poniéndome un poco triste y un poco melancólico. Las voces que aún están ahí. Las voces de la memoria. Los paisajes que, en ocasiones, han cambiado algo, pero que siguen manteniendo la esencia de entonces, la de aquellos años en los que paseaba por allí de la mano de mi madre y de la abuela Virginia, mientras mi padre y el abuelo Tomás caminaban unos pasos por delante de nosotros, en invierno y en verano. La librería (y las cuentas, ay, que nunca salen), por diferentes razones, no nos convence, aunque agradecemos a quien no dio el aviso su amabilidad y disposición. En el coche, de regreso, bajo una lluvia que repicotea con fuerza los cristales, pienso en esas voces que dejamos atrás, en todas ellas, tan presentes en mi memoria, en el hombre que hoy soy. Y mi deseo, mi único deseo, es que esas voces sigan ahí durante mucho tiempo, que nunca desaparezcan.

4 comentarios:

  1. Cuando los paisaje son los mismos,pero las voces ya no están,las personas que más nos quisieron tampoco...ay qué duro.Melancolía no es la palabra;es más hondo, más intenso, más devastador. Traspasa las fronteras últimas de la tristeza. Es la vida,sí,pero ¡ay!

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  2. Cuando perdí a la primera persona importante de mi vida, tenía 15 años, me aterraba perder su olor, creía que si ese olor permanecía presente, ella también lo estaría. Más tarde cuando perder a gente se convirtió en algo que no era tan raro, me aterraba perder sus voces. No ser capaz de recordar su tono de voz, su risa, su forma de reñir o de contar... hoy, gracias al paso del tiempo, sé que todos ellos viven en mi corazón y que permanecen junto a mi mientras estén vivos en mi recuerdo. Entiendo perfectamente todas tus sensaciones, yo creo que son compartidas por todos nosotros, tus lectores.
    Un beso Ovidio

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  3. Las ciudades, las capìtales de provincia, cualquier rincón del mundo, está inexorablemente asociado a olores, personas, recuerdos... Instantáneas con flash que están perfectamente ordenadas en el álbum de la memoria.

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  4. Bea: Completamente identificado con tu comentario. Gracias.

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