sábado, 6 de octubre de 2012

La memoria y los hospitales

La memoria tiene siempre huecos o compartimentos de los que surgen, casi a traición, recuerdos que creías adormecidos. Estos días, debido a la hospitalización de un familiar, he visitado varios centros médicos. Y en ellos, en los dos, surgieron de esos apartados de la memoria imágenes lejanas que parecía que hubiesen sucedido ayer mismo. Los olores, las sensaciones, los ambientes. Ese cierto nerviosismo que recorre la boca de tu estómago cuando llegas a la planta que te han dicho, sales del ascensor y tratas de localizar la habitación donde se encuentra ese familiar que vas a visitar. Todas las habitaciones que te encuentras antes de la habitación indicada (siempre algo engorrosa de localizar, no sé por qué), donde está instalada la persona a la que vas a ver. La gente, en sus camas, con cara de sueño o de dolor, leyendo sin demasiadas ganas un periódico o una revista o un libro de bolsillo muy manoseado ya (quizá prestado), esperando la llegada de la comida, del médico o de la enfermera, o de algún familiar. Ese cuadro siempre es el mismo. El ambiente cerrado, el olor a desinfectante y a medicamento, las voces de algunas visitas que no respetan demasiado la convivencia, las ganas de largarse de allí de todas las personas que están ingresadas. Sí, eso es siempre lo más significativo. Las ganas de los propios familiares más allegados de que su padre o su madre o su marido o su hijo regresen pronto a casa, a la comodidad de la casa propia. Al refugio que comparten. O que han compartido (en el caso de los padres o abuelos). Y la rabia cuando les dicen, más aún en estos tiempos de recortes y estrecheces que corren, que la operación se ha aplazado, que se demora la vuelta a casa. Buf. Pienso en todo esto mientras intentamos localizar la habitación de nuestro familiar, que siempre está al otro lado de la planta: pares e impares, viejos ascensores que meten mucho ruido, que parecen a punto de desplomarse y que te llevan a las puertas de las habitaciones de unos y no de los otros, todo ese lío. Y pienso también, no puedo evitarlo, en las veces que recorrí esos mismos pasillos cuando estaban ingresados mis padres o mis abuelos. Las ganas que tenía en aquellos casos de que todo terminase pronto, de que regresasen a casa lo antes posible. El proceso de recuperación, en algunos casos -en el de mi madre, concretamente-, sería largo, muy largo, ya nos lo habían dicho, pero no importaba, deseabas con todas tus fuerzas que abandonase ya aquellas habitaciones compartidas con otros enfermos, que regresase a casa de una maldita vez. Dejar atrás aquel olor a desinfectante y a puré de puerros y zanahorias, a inyecciones y a calor concentrado, a medicina y a convivencia en habitaciones cerradas. Y los nervios, siempre acechando, pendientes de la última palabra del médico, de ese médico, agradable o desagradable, con mejor o peor carácter, que tiene tantas personas con las que hablar que a veces se te escapa. Sí, la memoria es así: nunca logras librarte de ella fácilmente. Ya de regreso al coche, tras la visita, pude ver en una de aquellas ventanas la imagen de mi madre y de mi abuela cuando estaban allí, despidiéndose tímidamente con la mano, los ojos vidriosos, la esperanza de que en la próxima visita pudiesen confirmarme que ya se podrían marchar... Y luego, ya en el coche, no las vi, cerré los ojos y no quise hacerlo. Con algunos recuerdos, siempre es mejor encararse, dejarlos atrás, intentar olvidarlos poco a poco.

2 comentarios:

  1. Los hospital son esos refugios del dolor, donde sobreviven nuestras miserias.

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  2. Despertando también esos recuerdos en mi, especialmente uno hace 20 meses nació mi sobrino, era la llegada de la esperanza a nuestras vidas, el mismo día operaron a una prima, era el principio de su condena... vida y muerte que se citan a la misma hora en el mismo lugar... constantes de nuestras vidas... más tarde o más temprano nos tocará pasar por ellos. Hoy es una amiga a la que han operado, también me toca a mi visita de hospital esta semana.
    A mi personalmente me da un pudor enorme pasar delante de las habitaciones que están con la puerta abierta, no entiendo porque se pierde de esa forma la intimidad...

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