lunes, 20 de agosto de 2012

Corrientes de amor


Despertarse en mitad de la noche y saber que ya no vas a dormir más con estos calores insoportables. Levantarte, preparar café y buscar en las estanterías, entre las películas, una concreta que hace tiempo que no ves. "Corrientes de amor", de John Cassavetes. Qué manera más extraordinaria tiene Cassavetes de retratar la soledad. El personaje del propio Cassavetes, escritor, pese a estar siempre rodeado de gente, de mujeres principalmente a las que paga por su compañía, ya sea por sexo o por juerga, en el día o en la noche, no puede estar más solo. Busca refugio ahí, en esas mujeres que se ríen junto a él por un puñado de billetes, y en el alcohol. Su hermana, Gena Rowlands, con alteraciones emocionales y con otro tipo de soledad sobre sus hombros. La soledad del que no asume que su relación de pareja se ha roto. De la lejanía de ese amor y también de la lejanía de su hija, que ha optado por quedarse al lado del padre. Dice Gena: "El amor es como una corriente de agua, fluye continuamente, no para nunca". Eso piensa, eso quiere pensar. Su hermano piensa que el amor es cosa de adolescentes, que ya no está, que se ha ido. Dos personajes, los de Gena y John, que navegan a la deriva, que se buscan para aliviar esa soledad, pero que, pese a ello, no es suficiente. Otro tipo de amor, el de los hermanos, ese tipo de protección, muy bien tratado en la película. Pocos directores han reflejado el desequilibrio emocional, siempre provocado por la propia vida y sus vaivenes, como Cassavetes. Recuerdo, principalmente, aparte de esta película que veo de madrugada, abatido por estos calores agobiantes y por toda esta situación que estamos viviendo, "Una mujer bajo la influencia" y "Opening night", dos de mis películas favoritas. Dos interpretaciones magistrales de Gena Rowlands, que sabe bordear como nadie esa fina línea que separa la cordura de ese estado al que en cualquier momento podemos vernos abocados, el desequilibrio emocional. No importan los motivos. Ahí está el vértigo. Ese vacío, ese miedo. Toda la fragilidad. La cara de Rowlands, inestable y hermosa como pocas, que lo dice todo sin grandes aspavientos, con mínimas expresiones. Los silencios, los gestos, los movimientos de sus manos hacia su pelo o hacia la copa, siempre cerca. Otra gran actriz, Marisa Paredes, supo captar perfectamente la maestría de Rowlands a la hora de interpretar a una mujer "indefensa frente al acecho de la locura", en palabras de Millás, en "La flor de mi secreto", de Almodóvar. La absoluta transparencia para reflejar los sentimientos más frágiles, la vulnerabilidad más a flor de piel. Recordemos que Marisa, en la película de Almodóvar, estaba siendo abandonada por su pareja, descubriendo sus engaños e infidelidades. Creo que nunca estuvo tan bien como en esta película. Dejo los personajes de Cassavetes bajo la lluvia, desvalidos, buscando el equilibrio (acaso imposible ya de hallar), y levanto la persiana, y descubro que ya ha amanecido, que el calor permanece, y pienso que todo puede cambiar o que todo puede seguir igual. Ahí está el misterio, la razón para levantarse. Lo que cuenta, creo, es que seguimos vivos, pensando, sí, como el personaje de Gena, que el amor es como una corriente de agua, que fluye continuamente, que no para nunca.

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