El viernes es el mejor día de la semana. Detrás de ellos, de los viernes, siempre está la expectativa de lo que puede suceder a la vuelta de la esquina, en esos dos días de descanso (quien tenga la suerte de disponer del sábado y del domingo para el ocio) que vienen por delante. Recuerdo, cuando estaba atado a los horarios comerciales, la placentera sensación que me embargaba cuando no tenía que trabajar los sábados y podía disponer de aquel puñado de horas como me apeteciese. Levantarme cuando me diese la gana, desayunar tranquilamente (café, zumo y tostadas) y volver a la cama a leer, a escuchar la radio, a contemplar cómo el frío que se intuía al otro lado de la ventana no iba conmigo. Ah, qué perezosas y encantadoras mañanas de sábado. Ahí parecía que el mundo se fuese a detener, que la aparición del lunes siguiente era sólo un espejismo. Mañanas de sábado, muchos años atrás, en la casa de mis padres, sin colegio, en aquella cocina con enorme ventanal y las cortinas nunca cerradas, mientras mi madre escuchaba canciones por la radio y hacía la comida y las cosas de la casa. La noche anterior, la del viernes, ella y yo habíamos estado viendo la televisión hasta muy tarde. Era la época de aquel mítico programa, el "Un, dos tres... responda otra vez", con Mayra Gómez Kemp a la cabeza (con el tiempo fui descubriendo que aquella mujer fue uno de los primeros mitos eróticos de algunos de mis amigos heterosexuales), que no nos perdíamos y de aquellas series que venían después, como "La huella del crimen", y que demostraban que en este país, además de poseer unos actores descomunales (Carmen Maura, Terele Pávez, Victoria Abril, Fernando Guillén, Sancho Gracia, María José Alfonso, Ana Marzoa... y tantos y tantos otros), también se podían hacer productos televisivos excelentes. Qué respeto imponía aquella voz masculina y muy profunda que decía al comienzo: "La historia de un país es también la historia de sus crímenes". Y más respeto aún, viendo ya el nuevo capítulo, al pensar que todo aquello que estabámos contemplando había sucedido de verdad. La fuerza del cine (aunque estuviese realizado para la televisión) bien hecho. El cine, precisamente, tiene su lugar especial el viernes, el día en que se estrenan las películas en las salas comerciales. Qué emoción, al ver la cartelera en el periódico, al saber que, en apenas unas horas, podría disfrutar de aquella película por la que llevaba meses esperando. Y qué decepción al comprobar que aquella esperada película no se estrenaba aquella semana en esta pequeña ciudad de provincias. Ir al cine en la primera sesión, con muy pocas personas, tomar previamente un café en el bar de al lado, hojear los periódicos, leer una página más de aquella novela que llevaba en la bolsa, paladear esa dulce espera de que la disfrutamos los que siempre somos puntuales. Pequeños y placenteros momentos que van conformando el paso de los días. Aún hoy, tantos años después, esa ilusión por descubrir los nuevos estrenos cinematográficos perdura. Los viernes, después del cine en aquella primera sesión de la tarde, también eran los días de reunirse con los amigos y de salir a bailar y a lo que surgiese hasta que el amanecer nos sorprendía aquí o allá. Ahora, aunque nos reunamos con los amigos para cenar, cada vez bailamos menos. Son tiempos diferentes. Ciclos que se renuevan. Sin embargo, cuando me levanto y abro la ventana, como acabo de abrirla hace tan sólo un rato, sé que es viernes. Su magia y su misterio, tan poderosos, continúan ahí.
Por fin es viernesssssssssss, fantástico fin de semana éste que se abre ante nosotros, plagado de fiestas de verano.
ResponderEliminarQué maravillosos son los viernes, cuántas cosas tenemos en común tú y yo. Hubo un tiempo en que para mi el viernes también significaba sesión de cine, nosotras ibamos de noche y luego a tomar una copa... que prometedoras eran las noches de los viernes. Recuerdo lo fantástico que era ir al cine Ayala, al Real Cinema, al Cine Principado, todos ellos en el centro, sin necesidad de coger el coche y ajenos al ruido ambiental que siempre, siempre hay en los centros comerciales.
Pero a mi lo que me gusta de la mañana del sábado es poder leer en la cama sin prisa, pero sin pausa... yo mantengo mi despertador encendido los sábados, me despierto como por semana entre las 6.30 y las 6.45, y tras el primer café me arropo entre las mantas (duermo todo el tiempo con mantas) y me meto de lleno en la novela de turno.
Saludos
Sex Shop. Lo que recuerdo con gracia fue la cara que puso una amiga cuando "nos"(yo tampoco tenía ni idea,lo reconozco)explicó el dependiente cual era el uso,colocación,finalidad y propósito de las(entonces ignotas)"bolas chinas".Salir del Sex Shop,en manada de cuatro y con 17 años,intentando averigúar cuantas transeuntes(por la expresión de sus caras)podrían estarlas llevando en ese preciso momento,fue muy divertido.Ingenuidad sin malicias.¡Qué tiempos!
ResponderEliminarUn saludo Ovidio.