UNA VIDA INESPERADA
Elvira Lindo.
Lo que me queda por vivir, Seix Barral, Barcelona, 2010
Hay acontecimientos que marcan decisivamente la vida de una persona, de una mujer, Antonia, en este caso: la muerte prematura de la madre, la maternidad siendo aún muy joven, la ruptura de una pareja donde todavía, al menos por una de las partes, la suya, había amor. La vida, que nunca es fácil, menos lo es para una joven, sola, con un niño pequeño, que intenta buscar su lugar en el mundo y que se siente huérfana, con una fragilísima sensación de orfandad y desamparo que se extiende mucho más allá del tiempo en el que se inicia, tras la muerte de la madre. Esa otra mujer, que recuerda a las mujeres del cine y de la música americana, con el corazón herido, tocado por la larga enfermedad, presencia constante pese a la ausencia física. La mujer joven, Antonia, que se busca y que se encuentra muchas veces en esa mujer que ya no está, esa voz que se funde en aquella voz: voces que se encuentran y se confunden, como en un bello rito, en el filo del espejo, en el hilo de la historia, dentro de la memoria, donde más duele. Un desafío constante. Un camino por hacer. Una vida, aparte de la suya, que sacar adelante, la del hijo. Ese hijo avispado, despierto, listísimo, solitario, que es uno de los muchos logros de esta novela (gran novela): crear y dar credibilidad a un niño, sin caer en la cursilería o el tremendismo: no es pequeño logro, desde luego. Un bellísimo baile a dos manos. Un viaje conjunto, sí. Importante y difícil viaje. El de la madre y el hijo. El de tantas madres e hijos que, en este viaje, se pueden ver reflejados. No me cabe duda alguna. Elvira Lindo, narrando esta historia, la suya, la que quería contar, ha contado también, quizá sin pretenderlo, la de una generación de personas, sobretodo de mujeres, mujeres que estaban ahí, a principios de los años 80 (esa época, posteriormente, tan sesgadamente revisada e idealizada hasta el hartazgo), cuando tantas cosas empezaban a cambiar, pero había que cambiarlas, dar el paso, salirse de lo establecido hasta entonces y continuar hacia adelante, vivir la propia vida sin el peso de las enseñanzas antiguas, hacerse un hueco en la sociedad, sobrevivir. Ella, Antonia, nuestra protagonista, lo consiguió. El pasado que arrastraba este país y el presente que se iba conformando y transformando, no sin complicaciones, día a día. Ese tránsito, ese contraste, aparece magistralmente narrado en estas páginas, que, en algunos tramos, alcanza momentos realmente memorables, de esos cuya ternura y ese cruel patetismo que, visto a día de hoy, te anudan la garganta, como te la anudan las interpretaciones de ciertas actrices (Shirley MacLaine, un suponer) cuando interpretan esas escenas que se debaten entre lo cómico, lo trágico y lo absurdo. Hay muchas escenas así en toda la literatura de Elvira Lindo, escenas que constatan y reflejan a la perfección su agudísimo sentido para captar el mundo, la vida, todo lo bueno, lo malo y lo extraño que nos rodea. Como ejemplo (uno de tantos) pondré esas páginas que retratan la boda de la protagonista, con las mujeres de la familia vistiendo al modo más clásico, rancio casi, con sus blusas de lazo y sus abrigos de mutón, asistiendo a un evento -una boda civil, de las primeras que se celebraban aquí- que a ellas, por novedoso, se les escapa completamente. También hay otras mujeres, claro, poderosos personajes secundarios que quedan grabados en la memoria -la tía Celia, la amiga Marisol...-: cada una con un trocito de historia, su historia -historias tristes, terribles: vidas que, de un modo u otro, se quedaron en el camino-, que sirven también para explicar la suya, la de Antonia. Mujeres que luchan hasta el final, que saben querer por encima de todo, que sólo la muerte les arrebatará la fuerza, el tesón, las ganas de vivir. Hay novelas que están ahí, en un rincón de la memoria, esperando a que su autor les otorgue forma definitiva con las palabras, con los recuerdos, con los sentimientos. Es un juego peligroso y hay que ser un verdadero virtuoso de las letras para salir airoso del empeño. Elvira Lindo lo consigue con creces. Cuando la vida se convierte en palabras escritas ya deja de ser vida real para convertirse en otra cosa, en otro tipo de vida, igualmente auténtica, igualmente vibrante, en literatura pura y dura. Deslumbrante, brillantísima literatura, como la que aquí nos ocupa. Elvira Lindo, que cada día que pasa es mejor escritora, se ha lanzado sin red, sin tapujos, con valentía, cara a cara, a un pasado que puede tener mucho que ver con el suyo, sí, y también con el de muchos otros, con el de todas esas personas que están ahí, que ríen, que gozan, que lloran, que sufren, que sueñan, que luchan, que se emocionan, que se desesperan, que se enfrentan a la vida que les tocó en suerte, a una vida, como la suya, como la nuestra, como la de todos, inesperada. No se la pierdan bajo ningún concepto.
Hay acontecimientos que marcan decisivamente la vida de una persona, de una mujer, Antonia, en este caso: la muerte prematura de la madre, la maternidad siendo aún muy joven, la ruptura de una pareja donde todavía, al menos por una de las partes, la suya, había amor. La vida, que nunca es fácil, menos lo es para una joven, sola, con un niño pequeño, que intenta buscar su lugar en el mundo y que se siente huérfana, con una fragilísima sensación de orfandad y desamparo que se extiende mucho más allá del tiempo en el que se inicia, tras la muerte de la madre. Esa otra mujer, que recuerda a las mujeres del cine y de la música americana, con el corazón herido, tocado por la larga enfermedad, presencia constante pese a la ausencia física. La mujer joven, Antonia, que se busca y que se encuentra muchas veces en esa mujer que ya no está, esa voz que se funde en aquella voz: voces que se encuentran y se confunden, como en un bello rito, en el filo del espejo, en el hilo de la historia, dentro de la memoria, donde más duele. Un desafío constante. Un camino por hacer. Una vida, aparte de la suya, que sacar adelante, la del hijo. Ese hijo avispado, despierto, listísimo, solitario, que es uno de los muchos logros de esta novela (gran novela): crear y dar credibilidad a un niño, sin caer en la cursilería o el tremendismo: no es pequeño logro, desde luego. Un bellísimo baile a dos manos. Un viaje conjunto, sí. Importante y difícil viaje. El de la madre y el hijo. El de tantas madres e hijos que, en este viaje, se pueden ver reflejados. No me cabe duda alguna. Elvira Lindo, narrando esta historia, la suya, la que quería contar, ha contado también, quizá sin pretenderlo, la de una generación de personas, sobretodo de mujeres, mujeres que estaban ahí, a principios de los años 80 (esa época, posteriormente, tan sesgadamente revisada e idealizada hasta el hartazgo), cuando tantas cosas empezaban a cambiar, pero había que cambiarlas, dar el paso, salirse de lo establecido hasta entonces y continuar hacia adelante, vivir la propia vida sin el peso de las enseñanzas antiguas, hacerse un hueco en la sociedad, sobrevivir. Ella, Antonia, nuestra protagonista, lo consiguió. El pasado que arrastraba este país y el presente que se iba conformando y transformando, no sin complicaciones, día a día. Ese tránsito, ese contraste, aparece magistralmente narrado en estas páginas, que, en algunos tramos, alcanza momentos realmente memorables, de esos cuya ternura y ese cruel patetismo que, visto a día de hoy, te anudan la garganta, como te la anudan las interpretaciones de ciertas actrices (Shirley MacLaine, un suponer) cuando interpretan esas escenas que se debaten entre lo cómico, lo trágico y lo absurdo. Hay muchas escenas así en toda la literatura de Elvira Lindo, escenas que constatan y reflejan a la perfección su agudísimo sentido para captar el mundo, la vida, todo lo bueno, lo malo y lo extraño que nos rodea. Como ejemplo (uno de tantos) pondré esas páginas que retratan la boda de la protagonista, con las mujeres de la familia vistiendo al modo más clásico, rancio casi, con sus blusas de lazo y sus abrigos de mutón, asistiendo a un evento -una boda civil, de las primeras que se celebraban aquí- que a ellas, por novedoso, se les escapa completamente. También hay otras mujeres, claro, poderosos personajes secundarios que quedan grabados en la memoria -la tía Celia, la amiga Marisol...-: cada una con un trocito de historia, su historia -historias tristes, terribles: vidas que, de un modo u otro, se quedaron en el camino-, que sirven también para explicar la suya, la de Antonia. Mujeres que luchan hasta el final, que saben querer por encima de todo, que sólo la muerte les arrebatará la fuerza, el tesón, las ganas de vivir. Hay novelas que están ahí, en un rincón de la memoria, esperando a que su autor les otorgue forma definitiva con las palabras, con los recuerdos, con los sentimientos. Es un juego peligroso y hay que ser un verdadero virtuoso de las letras para salir airoso del empeño. Elvira Lindo lo consigue con creces. Cuando la vida se convierte en palabras escritas ya deja de ser vida real para convertirse en otra cosa, en otro tipo de vida, igualmente auténtica, igualmente vibrante, en literatura pura y dura. Deslumbrante, brillantísima literatura, como la que aquí nos ocupa. Elvira Lindo, que cada día que pasa es mejor escritora, se ha lanzado sin red, sin tapujos, con valentía, cara a cara, a un pasado que puede tener mucho que ver con el suyo, sí, y también con el de muchos otros, con el de todas esas personas que están ahí, que ríen, que gozan, que lloran, que sufren, que sueñan, que luchan, que se emocionan, que se desesperan, que se enfrentan a la vida que les tocó en suerte, a una vida, como la suya, como la nuestra, como la de todos, inesperada. No se la pierdan bajo ningún concepto.
Leyendo esta reseña amigo, hace aun mas las ganas de tener el libro entre las manos, afortunado tu, bueno afortunados todos, por poder la posibilidad de con una novela de transportarnos a una realidad de tantas mujeres, siempre digo que las historias q mas me hacen sentir son las que las protagonistas son las mujeres, quizas por q el personaje mas importante en mi vida fue mi madre. Como siemre tu narraciones una maravilla.Saludos desde la tierra de los Incas,Cusco. LUIS
ResponderEliminarlo leí ayer por la tarde y lo he releído al levantarme, ya he conseguido salir al trabajo más alegre, tanto por la confianza en un largo disfrute con la novela de Elvira como por la belleza propia de tu reseña, una maravilla
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