miércoles, 18 de octubre de 2023

Una vela en Colonia

La catedral de Colonia, Alemania, es tan enorme que a veces da la sensación de que puede derrumbarse de un momento a otro sobre las numerosas personas que nos acercamos a ella o sobre la estación de trenes que está situada justo al lado. Es tan imponente que parece que devorase todo el espacio a su alrededor. Incluso, levantando el móvil hacia lo alto para hacer una foto urgente, tienes la sensación de que el cielo quedase reducido a un retal azulado o blanquecino. Pese a que el otoño aquí ya se ha instalado por momentos, cerca de este mediodía de mediados de octubre hace calor y luce el sol. Puedes ir en mangas de camisa sin que te asalte el frío. Ni siquiera, como pronosticaban, las lluvias. Aunque no lo hacemos por motivos religiosos, entramos respetuosamente en el recinto. La belleza de algunas arquitecturas va más allá de cualquier creencia. Y el interior, como se preveía, es espectacular. Hay mucha gente, pero el silencio sólo se quiebra por los cánticos de algún coro que no conseguimos atisbar desde nuestra posición. Nos quedamos ahí, cerca de la entrada, y observamos. Y escuchamos. Justo a nuestro lado, hay muchas velas encendidas y la posibilidad de encender otra. Y lo hago, la enciendo. La luz trémula, el calor de la pequeña llama en los dedos. Es una manera, quizá un tanto absurda, de decirle a mi madre que también aquí me acuerdo constantemente de ella. El dolor, aunque te vayas a la otra punta del mundo, también viaja con nosotros.

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