martes, 22 de agosto de 2017

Nati Mistral

Fue la mejor Celestina que recuerdo haber visto sobre las tablas. La mejor, en general, junto a la de Terele Pávez (en cine). Aquella lejana tarde, en el Jovellanos, pensé que si se abriesen las puertas del teatro la gente que pasaba por la calle podría escucharla perfectamente. Tan poderosa era su dicción y la proyección de su voz. Estaba perfecta en el personaje. Cada gesto, cada matiz, cada tono de voz. Y, además, se notaba que disfrutaba muchísimo representándolo. Como se notaba que disfrutaba recitando todas aquellas poesías que guardaba en su portentosa memoria. Cabe imaginarse las horas de estudio que había detrás de todo aquello. La vi más veces en el teatro, y su magnetismo era tan grande que no podías apartar los ojos de ella. Deslumbraba con aquella manera de hablar y de moverse por el escenario. Era una de esas actrices -cada vez van quedando menos, lamentablemente- que se las sabía todas: por talento, sabiduría y esas horas de estudio a las que antes me refería. 
Es una pena que algunas personas sólo la recuerden por su postura política y por las tonterías que decía últimamente en las televisiones derivadas de ella. No fue, desde luego, el mejor final para alguien de su categoría. Así son las luces y las sombras de las divas (ella lo era, sin discusión). Por eso, vuelvo al principio y pienso de nuevo en aquella Celestina teatral que aún no he visto superar a nadie. 

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