domingo, 19 de abril de 2015

El hombre que piensa en el suicidio

Son las once de la mañana. Luce el sol y hace calor. Estoy tomando un café con mi madre en una terraza cercana al Parque de Invierno. Un necesario descanso después de la larga caminata. Mi madre se levanta y entra en el local para pagar los cafés. Hay que seguir caminando. Hay que aprovechar las treguas que le da la enfermedad para que su cuerpo esté lo más ágil posible. Hay que caminar para mantener la cabeza en su sitio. Es entonces cuando el hombre se acerca al lugar donde me encuentro. Tendrá unos cincuenta y pico años. Un aire a Al Pacino. Sí, ese mismo estilo de hombre, de masculinidad. El pelo largo y cuidado, la voz ronca, ropa cara y desgastada ahora por el uso. Me dice que si le puedo dar algo de dinero. Le digo que no, que lo siento, que estoy al paro desde hace cuatro años y medio. Esto es espantoso, exclama. Lo sé, lo sé, le respondo. No hay malditas oportunidades para nada, dice. Asiento con la cabeza, como diciendo: si yo le contara... Pero no le cuento, claro, ¿para qué? A veces, susurra, a uno le entran ganas de quitarse de en medio, de acabar con todo esto. No diga eso, hombre, le replico. Sí, sí, lo he pensado muchas veces, dice. No tengo padres, no tengo familia, prosigue. No me diga que usted no lo ha pensado, concluye. No digo nada. Sólo pienso en todas esas noticias que vienen en los periódicos, en toda esa gente que llevó a cabo lo que este hombre que tengo enfrente de mí está planteando. El hombre se va separando poco a poco de la mesa donde me encuentro. Le digo: suerte. Lo digo porque en realidad no sé qué decir. Lo digo porque en realidad se la deseo. Pronuncio esa palabra, suerte, y nada más hacerlo me siento ridículo. La situación habla por sí misma. El hombre me mira con cara de incredulidad y esboza una media sonrisa burlona. Suerte, murmura. Y se aleja. "No tengo padres, no tengo familia". Aún no lo sé, pero esas palabras me perseguirán durante todo el día. No sólo cuando llega mi madre a la mesa y le cuento lo que me acaba de suceder, sino durante todo el día, durante varios días incluso. Pienso, en esos días siguientes, en escribir sobre el tema, pero me resulta imposible. "Quitarse de en medio". Todo eso son palabras mayores. Mucha gente lo lleva a cabo. Viene en  los periódicos, lo dicen en las radios. No es un invento, no es un titular llamativo. También leí que se están silenciando muchos de esos suicidios. Puede que sea cierto. Ese silencio, pienso, añade más horror al horror de tomar la decisión de acabar con tu propia vida por desesperación. Y lo más terrible es que a nadie le importe esa desesperación.
Sinceramente, creo que estamos llegando a un punto sin retorno posible. Un punto de desvergüenza y asco difícil de superar. Y donde -casi todos- tenemos las manos atadas y mordazas en las bocas.     

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