sábado, 3 de agosto de 2013

La cajera

No parecía española, aunque probablemente lo fuese. Desde su puesto en una de las numerosas cajas del supermercado, destacaba por su rostro (muy maquillado, con labios perfilados) y su peinado (rubio y cardado, algo pasado de moda). Era como una de esas chicas que vemos en las cajas de los supermercados de las películas o las series americanas. Una de las chicas más guapas del instituto, de las que todos los chicos se terminan enamorando. Y ellas, finalmente, siempre acaban escogiendo al tipo equivocado. Ese que, en todas las series o películas americanas, se parece a Ray Liotta, aunque no lo interprete Ray Liotta. Ahora, rondando los cincuenta (año arriba, año abajo), aún conservaba algo de aquella belleza. Sus esfuerzos por mantenerla resultaban evidentes. Estaba allí, en la caja del supermercado, pasando los productos -uno tras otro- con desgana, pero era evidente que no quería estar en ese sitio. Su actitud la delataba. El rostro impasible, la mirada helada, las manos que se movían mecánicamente. La manera de hablar, casi en un susurro, sin apenas mover los labios ni un solo músculo de la cara, para decir el importe final de la compra. 20 con 50. ¿Perdone?, exclamó la mujer que revolvía con unos dedos hinchados por el calor y la mala circulación, las uñas pintadas de rosa y con necesidad de un buen retoque, entre las monedas de una cartera que imitaba a las de esa conocida marca que lleva un galgo estampado en la parte delantera. Y la cajera lo repitió con idéntica desgana, sin elevar demasiado el tono de voz. 20 con 50. Definitivamente, aquel no era su sitio.
¿Qué vida se escondía detrás de aquella mujer? ¿Una familia típica? ¿Un divorcio reciente? ¿Unos hijos adolescentes que sólo le acarreaban problemas y discusiones? ¿Un amante absurdo que tampoco le alegraba demasiado la vida? Quién sabe. Desde luego, eso no era lo importante. Lo importante era lo que pasaba por su cabeza. El lugar donde se encontraba mientras pasaba los productos por la caja y los cobraba. Ese lugar donde siempre había querido estar. Nada que ver con el supermercado en el que se encontraba en aquellos momentos. La suerte siempre es caprichosa. La suerte es la que lo determina todo. Quizá únicamente estaba pensando en el sitio donde iba a pasar las vacaciones. Esa playa alejada del trabajo. Faltaban ya pocos días, seguramente. Quince o veinte días que pasarían volando. Una escapatoria momentánea. Pero, cuando la suerte no se pone de tu lado, esas escapatorias momentáneas se convierten en las únicas escapatorias posibles. Y después, a seguir con la función. Es lo que toca. Y ella, la cajera, lo sabía. Nadie llega a los cincuenta (años arriba, año abajo) sin haber aprendido esa lección, por muy lejana que fuese la ciudad en la que imaginariamente se encontraba o muy improbable el sueño que perseguía.

2 comentarios:

  1. me encanta como plsmas un momento cualquiera de una vida cualquiera dándole intensidad. Gracias

    ResponderEliminar
  2. Julia Fernández de la Vega3 de agosto de 2013, 20:03

    Muy buen Ovidio!! Tu capacidad de observación es asombrosa pero lo es aún más, tu imaginaclión. Conviertes un instante cualquiera en toda una historia apasionante o vulgar como la vida misma y dejas tanto de tus miedos e inquietudes en ellas, que casi resulta fácil conocerte. Un beso. Julia

    ResponderEliminar