viernes, 30 de agosto de 2013

Dejar las cosas en sus días

Ayer, a primera hora de la tarde, sentada en el banco de madera que hay enfrente de casa, una mujer de unos cuarenta años estaba muy concentrada en la lectura de una novela. No levantaba la cabeza del libro ni cuando los niños que andaban por allí se llamaban a gritos unos a otros, ni cuando el grupo de personas que estaban tomando el último vermú en una de las mesas de la terraza de al lado alzaban la voz, encendidos ya por el alcohol, mientras apuraban -con toda probabilidad- sus últimos días de vacaciones. Enseguida me percaté de qué novela se trataba: "Dejar las cosas en sus días", de Laura Castañón. Meses atrás, supe de la existencia de este libro. Rafa, el librero de La Buena Letra (una de las mejores librerías de Gijón y también una de las que mejor trata a los autores que por allí pasamos con nuestros libros), había colgado en su página de Facebook la noticia de que a principios de julio tendría lugar un acontecimiento importante. No decía cuál. Sólo decía eso. Un acontecimiento importante. A principios de julio. Y que Alfaguara estaba detrás. Rápidamente, por privado, le pregunté de qué libro se trataba. Me comentó que era una novela extraordinaria, de una persona muy apreciada por él. Me empezó a entrar la curiosidad. Y la rabia, una vez más, por no estar al frente de una librería para enterarme de primera mano de todas estas cosas. Pero ésa es otra historia. Lamentable, por cierto. Pero otra historia.
Entre los meses que pasaron desde la recomendación de Rafa hasta la imagen de la mujer sentada en el banco de madera que hay enfrente de nuestra casa -una imagen de ayer mismo, ya digo-, yo también me leí la novela. Casi de un tirón. Empecé a hacerlo a los pocos días de que saliese -con enorme éxito, por cierto- a la venta. No conozco a Laura personalmente, pero me alegro mucho de ese éxito, de esa manera en que está llegando a la gente. Las ventas, en ocasiones, no están reñidas con la calidad (y ésta es una de esas ocasiones), y el que diga lo contrario es un envidioso empedernido o no tiene ni la más remota idea de qué va todo esto. El mundo literario (cierto mundo literario) está tan lleno de eso, de envidias y rencillas de medio pelo que mi postura cuando suceden cosas así es la de alegrarme. Y hacerlo sinceramente. Mantenerme bien alejado de dimes y diretes que no conducen a ninguna parte y que no ponen en evidencia más que a quien los protagoniza (o intenta protagonizarlos).
La historia me atrapó desde el primer momento. De esa manera en que te atrapan, por ejemplo, las novelas -magníficos novelones- de Almudena Grandes. Son tantas las historias que se cuentan, tantos los personajes, que no te apetece perder el hilo en ningún momento. Y no lo haces porque la historia está tan bien escrita que no te permite hacerlo. No quieres que nada se te escape, que ningún cabo quede suelto, que el más mínimo detalle se pierda. Vas y vienes en el tiempo, unos personajes se enlazan con otros, y no quieres dejar de saber qué es lo que pasa con todos ellos. Los de ahora y los de antes. Cada lector encontrará su favorito. Cada personaje con sus alegrías o sus frustraciones, con sus ansias por vivir y sus secretos, con sus ganas de no perder la vista sobre el pasado. Ese pasado que conforma, en buena medida, lo que somos, en lo que nos hemos convertido. Historias entrelazadas, personajes entrañables, retratos perfectamente definidos. La dignidad de algunos y la falta de escrúpulos en otros. La vida, como un torrente, avasallando, llenando el montón de páginas (quinientas y pico) de buena literatura que componen esta novela. La que recomendaba Rafa, el librero de La Buena Letra, hace meses. La que leía la mujer de cuarenta años ayer mismo en el banco de madera que hay enfrente de nuestra casa, ajena a la vida que palpitaba a su alrededor. La que os animo -vivamente- a leer desde aquí.  

4 comentarios:

  1. Autora asturiana, primera novela: habrá que leerla

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  2. Y respecto a lo que comentas del mundo literario: la envidia que mala ye.

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  3. Acabo de terminar la novela, con una pena infinita por separarme de sus personajes. Hoy mismo se los presento a mi padre que será el siguiente de muchos otros que vendrán, porque voy a poner a mis amigos en fila a leer la mía, unos de prestado, otros regalada por mi y otros, bueno, los otros ya veremos. Porque por encima de las ventas (que comercialmente es lo que importa) está el número de lectores que, en muchas ocasiones, no tiene nada que ver con las ventas. Le he escrito a Laura y me ha dicho cuando la presenta, a ver si puedo acercarme. Desde luego, yo me he enamorado de sus personajes y he llorado mucho, muchísimo, hasta el punto que uno de los días, leyendo la historia de Camino, lloré tanto que tuve que dejarlo y ayer domingo también lloré, lloré por el final de la novela, lloré por tantos que siguen buscando a los suyos, lloré por que no sé si "dejar las cosas en sus días" es lo bueno o no, pero es que hay cosas que es mejor no menearlas. Gracias Ovidio una vez más por presentarme a Laura y gracias Laura por Efrén, Aida, Camino, Migio, ... y todos los demás.

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