miércoles, 19 de junio de 2013

Las noches de Teresa

A su padre, Aquilino, comunista, lo mataron a los pocos días de terminar la guerra. Tres tipos fueron a buscarlo una noche y, en un monte cercano a la casa que compartía con su mujer y sus dos hijas, le pegaron un par de tiros. Entre risas e insultos, como solía ser  habitual. Sin contemplaciones. Su hermana, Obdulia, enfermó a los pocos meses y murió con apenas quince años, después de pasarse varias semanas sin moverse de la cama. La madre, Josefina, siempre sostuvo que a la niña se la llevó la pena por la muerte de su padre, al que adoraba. Ahora, ella, Teresa, vive en una residencia geriátrica. No se casó ni tuvo hijos. Vivió con su madre hasta que ésta, con una edad muy avanzada, murió. Trabajó en la cocina de uno de los bares del pueblo hasta que empezó a confundirlo todo. El azúcar con la sal. El arroz con las lentejas. El agua con la leche. La carne con el pescado. Hace algo más de un año que vive en su propio mundo, ajena por completo a este otro mundo que ya hacía tiempo que no consideraba como suyo, que no le pertenecía. Suele pasarse todas las tardes durmiendo: bien en su habitación, bien en la sala que comparte con el resto de sus compañeros de planta, delante del televisor. Por las noches, pese a la abundante medicación, no consigue conciliar el sueño. Y habla. Habla sin parar, en voz muy baja. Si la enfermera entra en su habitación y le pregunta si está bien o le repite que ya es hora de abandonar la cháchara y de ponerse a dormir, Teresa dice que no puede hacerlo, que está hablando con Obdulia, su hermana. Ha venido a verme, como todas las noches, le indica a la cuidadora de turno. ¿No la ves?, dice, casi con un hilo de voz, señalando el butacón de color verde que tiene enfrente de la cama. No voy a hacerle el feo de quedarme dormida ahora, no sería de buena educación, ¿no te parece?, añade. La chica sonríe con dulzura y no dice nada. Se aleja por el pasillo, sin hacer ruido, escuchando la voz suave de Teresa, cuyo hilo se va perdiendo según ella se va acercando a su puesto, a la entrada de la planta, donde las historias que la gente cuenta en un programa de radio la mantienen despierta, alerta.

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