sábado, 11 de mayo de 2013

La misma ciudad

Lo bueno de ir cumpliendo años es que sabes que, pese a los problemas que parecen no tener fin, hay un momento en que decides que el mundo de las complicaciones se pare (o que siga girando, pero tú te bajas de él momentáneamente) y decides ser feliz. Por unos instantes. Por unas horas. Porque lo necesitas. Ya digo que, en mi caso, no es difícil encontrar ese hueco de felicidad, de serenidad. Es algo que has aprendido con los años. Me basta con cambiar de ciudad. Con ir a Gijón, con pasear por sus calles, con entrar en sus librerías, con sentir el sol y el mar desde una terraza, mientras tomamos un café. O dos. Con eso es suficiente. Hay ciudades en las que uno, pese a no vivir allí, se siente parte de ellas. Eso nos pasa con Gijón. Por muchos motivos. Por razones fundamentales. Gijón siempre es una vía de escape, un soplo de aire fresco. Una manera de parar la rueda de las dificultades y respirar otros aires. Me imagino que es lo mismo que le ocurre a la gente que le gusta ir de monte. La semana, con sus infinitas problemáticas, se detiene y te deja esa pequeña parcela para respirar y regresar con fuerzas renovadas. Algo así.
Sentados en una terraza, sintiendo en la piel un sol que no lucía en nuestra ciudad cuando la dejamos atrás, le hablo a Íñigo del último libro de Luisgé Martín, "La misma ciudad". Las palabras se agolpan atropelladamente porque son muchas cosas las que quiero contarle sin destripar nada de su argumento. Es una de esas novelas que te hacen pensar mucho sobre la condición humana, sobre el comportamiento de los hombres, sobre el azar, sobre los tiempos que estamos viviendo (y no me refiero a la crisis), sobre los valores o su pérdida, sobre los sueños, los anhelos, la vida que imaginamos en los demás. Una novela de las que quieres hablar después de leerlas. No parar de hacerlo, que los demás compartan tu euforia. La alegría por haberla leído. Y la pena -siempre está ahí, qué le vamos a hacer- que sientes porque, lamentablemente, ya no trabajas en una librería y no puedes recomendarla, como hacías con esos libros que te impactaban a todo el mundo que te pedía consejo o que sabías que iba a disfrutar de la lectura de determinados libros tanto como tú. Cuando me pasa algo así, cuando descubro una lectura que me impacta de esa manera, suelo llevar el libro en la bolsa unos cuantos días después de haberla leído. Es una cosa extraña, sí. Como si teniéndola ahí, en la bolsa, no me desprendiera de ella, como si en cualquier momento tuviese la necesidad de leer un párrafo, de rescatar esas frases que me han dejado noqueado. Por eso saco el libro de la bolsa, sentados aún en la terraza, delante de los cafés, y le leo a Íñigo un párrafo: "Me di cuenta de que nada de lo que hacemos tiene sentido y de que, sin embargo, deseamos seguir haciéndolo. Me di cuenta de que las cosas más absurdas son las que luego nos dan más felicidad". Y quedamos en silencio, pensando en esas palabras, mientras la tarde sigue su curso ajena a todo, incluso a nosotros mismos.

4 comentarios:

  1. En tu blog haces lo mismo que en la librería: contagias tu entusiasmo a los lectores- y nosotros te seguimos con mucho gusto- Saludos desde UY. Alfa

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  2. Hola Ovidio. Gracias por la recomendación. Ya lo leeré y te contaré. Un abrazo.

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  3. Comparto la opinión.Desde este entrañable rincón nos transmites tu entusiasmo y nos abres los ojos con tus recomendaciones. Un abrazo

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  4. Yo creo que la labor de divulgación que haces desde aquí es tan importante o más que la que hacías en la librería. Sé que lo ideal sería hacerlo desde los dos sitios porque el contacto personal con los lectores es muy importante, pero no dejes de hacerlo... un beso

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