martes, 23 de abril de 2013

Un libro, un cuento

Un libro. El niño sólo quería eso, un libro. Uno cada semana, claro. Cada semana, gracias a su madre, lo conseguía. Si hacía buen tiempo y los abuelos maternos venían de visita, aquella semana caían dos libros. O tres. Los abuelos maternos eran muy generosos. Y el niño siempre empleaba todo aquel dinero (quinientas o mil pesetas de aquella época eran toda una fortuna) en comprar libros. Le gustaba hacer colecciones. Leerlos y ordenarlos después, cada uno en su sitio correspondiente de la estantería. Pronto aquellas estanterías, las de su habitación, se iban quedando pequeñas y había que ir ampliándolas. La madre no protestaba. El padre, tampoco. Y le seguían comprando libros. En la adolescencia, las cosas siguieron igual. A aquel joven no le interesaban los juegos de los demás jóvenes, sino leer los libros que venían reseñados en los suplementos culturales que estaba empezando a leer y en los libros que decían leer aquellos personajes del cine, del teatro y de la música que también comenzaba a admirar. La casa seguía llenándose de libros. Pronto descubrió las bibliotecas públicas: le apetecía leer muchos más libros que dinero del que disponía, pese a la generosidad de los padres y de los abuelos, hasta que éstos ya no estuvieron. Ah, las bibliotecas públicas. Aquello sí que era el paraíso para aquel joven solitario. Un banco del parque, una tarde soleada y el libro recién adquirido en la librería o en la biblioteca. Con eso era suficiente. Pronto el joven quiso ser como alguno de aquellos escritores a los que leía y se puso manos a la obra. Algunos años más tarde, no sin esfuerzo (que publicar siempre es una cosa difícil, pese a lo que algunos piensan), publicaría sus propios libros. ¡Incluso llegaría a trabajar en un par de librerías! El joven, que ya no lo era tanto, no podía pedir más. El Día del Libro, aquellos años (casi diez), eran días de fiesta. Con sol o con lluvia, aunque mejor con sol, claro. Aquel trajín de mesas en la calle y movimiento de gente le hacía feliz. La última vez que trabajó uno de esos días fue hace tres años, justo el día antes de casarse con el hombre con el que comparte su vida. A finales de aquel mismo año, aquella librería cerró y ya nunca más pudo trabajar en aquello que tanto le gustaba, pese a los esfuerzos empleados para que eso siguiera siendo así. Continuó escribiendo y publicando algunos libros. Aunque, como señaló muy acertadamente Julio Llamazares hace unos días, el escritor es escritor le publiquen o no. El verdadero escritor no puede dejar de serlo, aunque quisiese. Lo demás son tonterías, poses, modas pasajeras... El hombre, traspasados los cuarenta, espera, ilusionado, que su madre le regale hoy un libro, como tantos años atrás. El nuevo de Margaret Atwood, por ejemplo, porque, aunque es una recopilación de relatos (espléndidos) ya publicados y leídos y que dispersos por aquí y por allá ya posee, le hace ilusión esta nueva edición de Lumen. Y es que, a veces, el amor por los libros puede ser más que eso. Puede ser una obsesión. Bendita obsesión, en todo caso, ¿no les parece? Que ustedes -libreros, escritores, editores, lectores...- tengan un feliz Día del Libro.  

5 comentarios:

  1. Feliz Día del Libro para ti también, Ovidio.

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  2. Para celebrar este día me compré entre otros EL TIEMPO QUE VENDRÁ y voy a empaparme de él enseguida. Feliz día,Ovidio,un abrazo y ánimo.

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  3. La pasión por los libros nace así tal cual tú la describes, Ovidio. Es tan poderosa que se extiende cada vez más y los libros van poblando tu biblioteca que se va ampliando desmesuradamente. También se extienden las relaciones con los seres afines y se comparte con ellos toda esa maravilla inabarcable que es la literatura. Una belleza tu comentario. Que tengas tú también un feliz día del libro y que encuentres en tus fieles amigos-ellos-los de papel y los digitales- el ánimo para superar todas las dificultades junto a tu compañero de ruta.

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  4. Hay un pasaje en "El lector de Julio Verne" de Almudena Grandes que es cuando el niño descubre la fantástica biblioteca que contiene todos los títulos de Verne y se queda absorto y maravillado pensando en todo lo que va a vivir gracias a esas novelas. Me encanta ese trozo de la novela y es la misma sensación que tengo yo cuando veo una biblioteca llena de libros, una sensación de alegría y de ansiedad por no saber por donde empezar. Es curioso que cuando visito la casa de alguien siempre me fijo en el lugar que ocupan los libros.

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  5. Y aquí fue donde me quedé. Te pido mil disculpas Ovidio por haber interrumpido mi asiduidad en este lugar de escritura y reflexión(y gozo, por qué no decirlo), donde habitan tus palabras(siempre frescas, renovadas y llenas de los más diversos contenidos y sensaciones). Hoy retomo mi sencillo placer de leerte-siempre con curiosidad,admiración y emoción-,espero no ser inoportuno con mis comentarios atrasados desde ya.¿Feliz día del Libro? No para ti que los tienes en mente y entre las manos día sí y día también. Sería como celebrer el amanecer un día al año por todos los amaneceres del año. Saludos desde México y apapachoa para ti y para Íñigo.

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