domingo, 7 de abril de 2013

Dos tazas, dos tiempos

En estas tardes de lluvia incesante, que remiten más al invierno que a la primavera, me he acordado de aquellas otras tardes, también lluviosas, también de primavera, de hace muchos años. Estábamos en el pueblo, donde vivían mis abuelos paternos. Dentro de la casa porque no paraba de llover y los mayores no nos dejaban salir a jugar fuera -con los gatos, con los caracoles, con las frutas...- , a mi hermana y a mí, como era nuestro deseo. La abuela Luisa prepara café y sacaba aquellas tazas, las que guardaba primorosamente en el aparador del salón. Las tazas de La Cartuja de Sevilla, las llamaban. Las que sólo utilizaba para las visitas. Me encantaba tomar aquel café, que era más leche que café (como correspondía con mi edad, unos nueve o diez años), en ellas. Me imaginaba por un momento que estaba en un gran hotel, después de un largo viaje, tomando café en aquellas tazas tan bonitas. Me hacía sentirme mayor, importante. Tomar café, en aquella cocina, con mis padres, mis abuelos y mis tíos, sintiendo cómo la lluvia salpicaba los cristales -aquella lluvia que no nos permitía salir a jugar-, imaginando historias que seguramente había leído en algún libro o visto en alguna película o serie de televisión. Aquello, claro, era la imagen de la felicidad, aunque eso, evidentemente, yo no lo supiese en aquellos momentos. Sólo con los años puedes reconocer los verdaderos momentos de felicidad que viviste. No son cosas de la memoria -tan traviesa, tan perversa-, sino de la perspectiva que siempre ofrece el dichoso tiempo. Ese mismo tiempo que, ahora, en numerosas ocasiones, sentimos que se nos escapa de manera asombrosa, dejando una especie de vértigo, de extraña sensación, a nuestro alrededor.
Nunca tuvimos en nuestra casa esas tazas. O sí, las tuvimos. Al morir la abuela, mi tía dividió aquel juego y a nosotros nos correspondieron dos tazas (el resto, aún en vida de los abuelos, habían ido rompiendo), que enseguida desaparecieron también. Mi madre nunca se hizo con unas tazas como aquellas, pese a que alguna vez recuerdo habérselas pedido. Quizá sea mejor así. Quizá así se conserve mejor el recuerdo de aquellas tardes de lluvia, en casa de los abuelos, tantos años atrás ya, cuando no podíamos salir a jugar fuera y bebíamos café como la cosa más importante que nos pudiera estar sucediendo. Imaginando que éramos protagonistas de grandes relatos.
Sí las había en casa de un amigo (que hoy ya no lo es). Primero, en la casa de sus padres y luego en la suya propia. Y aquellas tardes, las de la infancia, fueron muchas veces evocadas en aquella casa, la del amigo. Tardes de charlas interminables, de confidencias y secretos, de resacas o de euforias, donde los anhelos estaban también muy presentes. Y los sueños que aún estaban por realizar: todo lo que recorría nuestra cabeza. El tiempo y las circunstancias transforman a las personas. A veces, de una manera diabólica e incomprensible. Lo raro que es vivir. Y todo esto que estoy contando parece que le hubiese sucedido a otra persona. Parece que sean los recuerdos de otra persona. Pero no. Son los míos. El tiempo es perverso, pero la memoria -de momento- sigue jugando su papel.
Pronto hará tres años que me casé (el tiempo, ay, y su velocidad). Quizá compre para celebrarlo un par de esas tazas. Y tomando café en ellas, imaginemos que estamos en un hotel lejano, después de un largo viaje. Ahora que nos lo van quitando casi todo, hagamos con un par de tazas que todo pueda ser posible de nuevo. Dejemos que la imaginación haga su trabajo. Ella, la imaginación, es de las pocas cosas que aún no han podido arrebatarnos.

4 comentarios:

  1. La tuya, la imaginación, ese poder que tienes de transportarnos en el tiempo y en el espacio, nunca te la arrebatarán. No sé por qué, pero leyéndote hoy, me has llevado a la cocina de unas primas de mi padre que permanecieron viviendo en su pueblo, una aldea de Guadalajara, donde a mí, cuando era niña, me daban un tazón de leche manchada con café y pan migado. Ay, el tiempo, la imaginación, los poetas...

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  2. Brindemos con tus añoradas tazas por los recuerdos y sobre todo por la suerte de que existan personas como tú que a través de la palabra y la imaginación nos transportan a otros mundos.Gracias.

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  3. Mi abuela tenía unas tazas diminutas en las que a mi me gustaba tomar café cuando comíamos juntas. Eran tan pequeñas que apenas era un chupito de café. Hoy las tengo yo, las rescate de la masa hereditaria antes de que a alguna tía mía se le ocurriese dividir el juego. Mi madre, que ya había pasado por eso cuando repartieron el ajuar de mi abuela paterna, nunca lo hubiera permitido, pero por si acaso, yo las secuestre a tiempo. Están en un lugar privilegiado en mi casa. Lástima que ya no se usen.

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