martes, 15 de enero de 2013

La mujer que espera

La mujer está sentada a mi lado, en la barra de un bar. La mayoría de la gente está tomando cafés, caldos o infusiones. Algunas personas aún están con los desayunos, un poco tardíos. Son alrededor de las doce de la mañana. Y ella, la mujer, está tomando un Martini blanco. Mira hacia el frente, observa el movimiento de los camareros, el espejo que refleja, a través de las botellas perfectamente alineadas, a los que estamos al otro lado de la barra, agotando nuestras consumiciones, haciendo tiempo, quizá esperando a alguien. Sí, parece que ella estuviese esperando a alguien. ¿A quién? ¿A una amiga, a su madre, a su hermana? ¿Quizá se trate de una cita? ¿De una cita a ciegas? Podría ser. Quién sabe. En su rostro, maduro y atractivo, hay algo de expectación. Cierto misterio. Uno de los camareros acaba de ponerle delante de la copa de Martini blanco un platillo con frutos secos. Levanta las cejas en señal de agradecimiento, pero no dice nada. No los toca. Es más, los aparta ligeramente con sus finos dedos, dejando en el aire el sonido que producen sus uñas un poco largas (y sin pintar) con el borde del plato. Sólo le da pequeños sorbos a su bebida y juega con el palillo que sostiene la aceituna que está dentro del licor. La mordisquea suavemente, saboreando con deleite el alcohol que la empapa. Sin duda, le gusta esa mezcla de sabores: la aceituna y el Martini blanco. Quizá le gusta ese sabor, simplemente. O quizá le trae algún recuerdo. Esos sabores, los asociados a ciertos recuerdos, son los mejores, indiscutiblemente. La mujer se deleita en ese sabor. Alguien, al otro lado, deja sobre la barra un periódico. Y ella parece tentada a cogerlo, quizá para hacer más corta la espera, si es que está esperando a alguien, pero no lo hace. Lee superficialmente una noticia, la más destacada de la portada de ese periódico, que no alcanzo a ver desde mi taburete, y lo deja a un lado, como si no le interesara lo más mínimo. Siempre lo mismo, parece pensar. Desahucios, especulaciones, bancos que reclaman lo mismo... Las historias de todos los días. No, no le interesan. Se bebe de un trago largo lo que le queda del Martini y hace una señal al camarero para que le sirva otra copa. Rápidamente, el camarero lo hace, se la sirve. Y ella vuelve a jugar con la aceituna, mordisquéndola lentamente. Mientras lo hace, mira el reloj que lleva en la muñeca derecha. Y saca el móvil del bolso. Mira la pantallita. Parece que no hay ninguna llamada perdida. Deja el móvil sobre la barra. Y bebe. De repente, suena un pitido en el móvil. Es el pitido de un mensaje. Lo coge rápidamente. Y lo lee. Tras hacerlo, según refleja el espejo, las facciones de su rostro cambian por completo. Su cara, ahora, es una mezcla de seriedad e inquietud. Tal vez de enfado. Han desaparecido aquellas expectativas que lo inundaban minutos atrás. Permanece el misterio. Termina la copa, saca la cartera del bolso y paga al camarero con un billete de cincuenta euros. Se pone rápidamente el abrigo, se cuelga un largo pañuelo del cuello y coge el bolso (marrón) por las asas. En una de las manos, el móvil. Y sale del bar, inquieta, apresurada, dejando en el espejo un último y fugaz reflejo, el de la incertidumbre.

2 comentarios:

  1. Muchas veces la vida nos sienta en la barra de la desesperación, de la tremenda soledad que acontece en determinados momentos a cada uno de nosotros. Entonces esperamos señales, de amigos, de amores, de conocidos, algo que constate que no estamos solos, aunque después de recibir la señal se nos quede, como a la mujer que espera, la cara de incertidumbre.

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  2. Me encanta el Martini Blanco, con aceituna o con guinda.
    Me aterra la dependencia del móvil que tenemos. Antes si alguién llegaba tarde, había que esperar, no se podía avisar.
    Siempre me he preguntado cuánto es el tiempo prudencial y justo que hay que esperar antes de entender que te han plantado.

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