miércoles, 16 de enero de 2013

Intimidad

Intimidad, sí. Si algo refleja la película "Las sesiones" a la perfección es eso: la intimidad que se produce entre dos personas que deciden libremente tener sexo en común. El resto de la película es como una bella y necesaria envoltura que nos condujera a la habitación donde esas dos personas están jugando con sus cuerpos desnudos. A esa habitación luminosa, donde, aparte del placer, se remueven otros sentimientos. Hay algo mágico, conmovedor y muy profundo en esas escenas, que, sobra decirlo, no caen nunca en el morbo o la chabacanería. Todo lo contrario. Se acercan por completo a lo poético, a lo que cualquiera que haya practicado sexo con ganas de ir más allá de un ejercicio rápido e inmediato, de una necesidad física, comprenderá perfectamente. Y no estoy hablando de amor, necesariamente, sino de otra cosa: de las ganas de saber, de experimentar, de ir hasta el fondo de las cosas. Eso, sí, es lo que le ocurre al protagonista de la historia, un poeta y periodista tetrapléjico y con un pulmón de acero que a los treinta y ocho años decide perder la virginidad. Y para hacerlo, se deja llevar por una especialista en el sexo, que no una prostituta. Ahí comienza el baile. El descubrimiento de los cuerpos, del gozo, del placer. De todo eso que dura unos minutos y de todo lo que se conserva recordándolo. La sonrisa que ilumina un rostro y la necesidad de un nuevo encuentro. La emoción con la que se vive hasta que llega ese nuevo encuentro. Y la convicción, después de que esto ocurre, de que la vida se observa ya de otro modo, desde otro ángulo. De todo esto habla esta película compleja y sumamente poética. Para una película así, donde los dos protagonistas tienen que llegar a una complicidad absoluta para resultar creíble, no sólo se necesitan dos buenos intérpretes, sino dos actores que alcancen ese grado de complicidad que menciono. Algo así ocurría, en otro registro totalmente diferente, por ejemplo, con Sean Penn y Susan Sarandon en "Dead Man Walking" ("Pena de muerte"). La compenetración debe ser total en este tipo de historias. Las miradas, sobre todo las miradas, deben traspasar cualquier barrera y alcanzar una complicidad única, imprescindible. Penn y Sarandon, en aquella historia dirigida por Tim Robbins hace ya unos cuantos años, lo conseguían plenamente. En aquella tensión de las miradas, en su fuerza y credibilidad, se sostenía la película. Aquí, en "Las sesiones", ya digo que en otro registro completamente diferente, ocurre lo mismo. John Hawkes y Helen Hunt logran transmitir, desde la desnudez y desde una complejidad que logran hacer sencilla, todo eso. No quiero olvidar a William H. Macy, que, en un pequeño y jugoso papel, consigue demostrar el pedazo de actor que es. Pero son ellos, Hawkes y Hunt, los que, desde la ternura, la emoción, los miedos propios de todo ser humano y la fascinanción por lo inesperado que pueda ocurrir de un momento a otro, los que nos conducen a esa habitación luminosa, donde, aunque sólo sea por unas horas, la vida parece que, a pesar de los pesares, tiene sentido.

1 comentario:

  1. Son tan maravillosamente descriptivas tus críticas de cine, que a veces tengo la sensación de estar sentada en la butaca viendo pasar delante de mí, escena a escena. Sigue...

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