lunes, 3 de septiembre de 2012

Dos hermanos

Si una cámara los enfocase por detrás y se fuese acercando lentamente a ellos, descubriría, al alcanzar sus rostros, que son, evidentemente, hermanos. No es que sean como dos gotas de agua: no se trata de eso. Pero los gestos -ah, los gestos- sí delatan el parecido. Mucha gente reconoce de inmediato el parentesco entre ellos por esos gestos. Parece que estoy viendo a tu hermano, dicen. Esa mirada es la misma que la de tu hermana, argumentan otros. Dos hermanos, sí. ¡Cuántas cosas vividas a lo largo de todos estos años! Ahora, ellos, los dos hermanos, van caminando por la calle, con algunas bolsas del supermercado en la mano. Han salido a pasear, como tantas otras veces. Pasear y hablar, la mejor forma de ahuyentar miedos y fantasmas, de olvidar por unos instantes las dificultades de estos tiempos, de luchar contra el estrés y el nerviosismo. Aún no ha entrado en vigor la subida del IVA y en el supermercado donde acaban de hacer la compra (productos básicos, imprescindibles: café, leche, gel de baño...) ya han cambiado los precios. Así están las cosas. Deberíamos rebelarnos más ante está lamentable situación que (casi) todos estamos padeciendo, comentan. Todos estamos demasiado cansados, concluyen. El cansancio está en las calles, en los rostros de la gente. Y el miedo y la tristeza y la desgana, también. Ya hay supermercados donde no dejan entrar a algunas personas porque siempre terminan robando. Una de las empleadas de ese supermercado se lo contó a él, al hermano. ¿Qué pasará después? Nada se sabe. Y al gobierno, aparte de recortar y recortar, parece que no le interesa otra cosa. Recortar la economía, los avances sociales... Con eso, ay, se dan por satisfechos. Sólo queda esperar, una vez más. Esperar ¿a qué? Quién sabe. Esperar y punto. Sin rechistar. Ella, la hermana, dice: hay que vivir el presente, este aquí y ahora, no nos queda otra solución. Tomemos una caña, propone. El paseo ha sido largo. Pese a que ya han cambiado los días, aún hace calor. El hermano acepta, pero, aunque sabe que eso que dice su hermana es cierto, está cansado. Mucho. No es un cansancio físico. Se trata de otra clase de cansancio. Es cinco años y medio mayor que ella y la paciencia, con los años, también se va agotando. Se sientan, piden las cañas. Recuerdan cosas del pasado. Tantas cosas, tantos recuerdos en común. Novios, amigos, amantes... Gente que pasó por sus vidas y que ya no es más que eso, una anécdota para recordar una tarde de verano larga y aburrida. Otra gente, poca, permanece. Se han reído, han llorado. Se han peleado (pocas veces) y se han reconciliado. Lo típico entre hermanos que tienen una relación estrecha. Recuerdan otros tiempos, los tiempos en los que no tenían el alma en vilo. ¡Cuántas risas! Si no se hubiesen reído... Si no se riesen, pese a todo, ahora mismo. Esta tarde, sin ir más lejos, en la que están ahí, sentados en una terraza, bebiendo sus cañas, mientras la tarde se va desvaneciendo. Guardan silencio durante un rato y, mientras lo hacen, el hermano se da cuenta de que en el rostro de su hermana sigue viva la luz. Esa luz que, más allá de su evidente belleza, transmite a quien está a su lado y que, más que ninguna otra cosa, la define. Y sigue acogiendo a quien se mantiene cerca de ella.

2 comentarios:

  1. ¡qué orgullosa estará tu hermana de palabras tan hermosas! cuánta verdad para describir la relación fraternal ¿qué sería de nosotros sin los hermanos en lo bueno y en lo malo?

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  2. Si yo fuera la hermana estaría muy orgullosa de mi hermana, como creo que verdaderamente lo está.
    Magnífico como siempre.

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