domingo, 13 de septiembre de 2020

Otros tiempos

Al dar la vuelta a la esquina, según te ibas acercando a la panadería, podías percibir un olor a cruasán, a pastel, a pan recién hecho. El olor se extendía por buena parte de la calle. Los cruasanes eran los mejores del barrio: de esos que te ayudan a quitar penas y resacas. También podías sentarte en una de las mesas y tomar algo allí. Algunas veces, antes de entrar en una de las salas de aquellos cines ya clausurados, solía tomar un café en alguna de sus mesas. El rumor de las charlas de media tarde. El apunte en el cuaderno. El sabor del café. Las ganas de ver aquella película. El movimiento de las chicas que trabajaban allí. Y el olor, claro, que te incitaba a acompañar el café con alguna de aquellas maravillas. Esos eran momentos de felicidad y yo lo sabía. ¿Qué tontería es esa de que antes éramos felices (a ratos, naturalmente) y no lo sabíamos? No lo sabría usted. 

Podremos tener en casa todas las plataformas digitales y alguna más que aparecerá. Pero nada será comparable a aquellos tiempos. Tiempos que seguimos añorando. Que en este presente tan complicado, si eso es posible, añoramos aún con más fuerza. 
Podremos tener en casa todas las plataformas digitales y alguna más que aparecerá. Pero nada será comparable a todo aquello.  El rumor de las charlas de media tarde. El apunte en el cuaderno. El sabor del café. Las ganas de ver aquella película, etcétera.   
Los cines se convirtieron en un supermercado al que mi amiga Loli, en un arranque de coherencia, se negó a entrar desde el primer momento y cumplió su promesa hasta el final de su vida. ¿La panadería? Ya está casi todo preparado para abrir, tras unos meses cerrada, convertida en un chino. 


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