Muchas veces he pensado que el miedo es el sentimiento más poderoso. Me equivocaba. No lo subestimo, no hay que hacerlo, siempre está alerta, afilando sus colmillos de lobo enjaulado, pero no está en el centro de todo, ya no. Él está en el centro de todo desde aquel 19 de mayo de 2007, cuando nos conocimos. El primer beso. El primer abrazo. La última copa. La intensidad de aquellas miradas. Era mayo y hacía calor. Era mayo y pisábamos fuerte. El tránsito de la noche al día. Un viernes que ya era sábado. Un 19 que empezaba a ser fiesta en nuestro calendario particular. Esa música que da paso a la otra. Los ruidos quedan atrás. Los ecos embarullados y las acciones negativas de alguna gente, también. Supongo que a la moneda nunca le puedes quitar la cruz. O la cara envenenada, vete a saber. Hacia la luz, hacia la luz. Con rabia. Ahí sigue estando el faro, nuestro faro, metáfora de todos esos proyectos que quedan por hacer mientras el cuerpo aguante. Ya está amaneciendo. Sus pasos, más que los reflejos que se cuelan por la persiana, determinan este día. Cada día. Trece años desde entonces.
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