En este confinamiento volví a hacer bizcochos. Hice bastantes bizcochos. A veces, por distraerme y no pensar demasiado. Otras, por la necesidad de comer algo dulce, que no son momentos de pensar en los kilos de más. Ayer, casi al tiempo que Marian Izaguirre (vuelvo a recomendar su última novela, 'Después de muchos inviernos', y también, de paso, 'La parte de los ángeles', que me parece de lo mejor que ha escrito), volví a hacer otro. Ayer no lo hice por distraerme ni por la necesidad de comer algo dulce, sino por ahuyentar el miedo. Ese miedo que ahora es más real que nunca. Hay que convivir con el bicho, dicen, pero el bicho está ahí, cada vez que pisas la calle. Que si tocas una puerta, que si coges una bolsa, que si alguien te roza, que si te rascas la nariz, qué sé yo... Todo eso que ahora, particularmente, me asusta más que antes. Por eso me metí en la cocina. Batir con furia los ingredientes del bizcocho más que cansarme, me relaja ante esta situación. Me hace olvidar por un rato esta sensación de pánico que está tan presente. Supongo que con el paso de los días todo se irá calmando y poco a poco las cosas, sin volver a su anterior cauce, se irán estructurando en nuestras cabezas. Y más que el del miedo, pensaremos que este tiempo ha sido el de los bizcochos. Que, por otro lado, siempre te llevan a lugares de la memoria en los que te apetece quedarte un rato. Pero ésta ya es otra historia.
Voy a llevarles un trozo del bizcocho a mis padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario