lunes, 25 de marzo de 2024

Capote y los cisnes

Es una de las series más tristes que he visto en los últimos tiempos. Por eso, la he ido viendo poco a poco, sin prisa. Y también porque el personaje del gran escritor -caprichoso, egocéntrico, excesivo, incluso cargante en ocasiones- termina agotando. Capote era un escritor enorme (con el manuscrito de 'Plegarias atendidas' o sin él, este punto es lo de menos a estas alturas), de eso no hay duda, y Tom Hollander lo recrea asombrosamente, pero su narcisismo (aunque comprendamos todos sus traumas infantiles y demás) cansa. La serie, como era previsible, es impecable en todos los aspectos. Y las actrices, los famosos y ociosos cisnes, están bien. Diane Lane y Jessica Lange, especialmente. Supongo que ambas se repartirán premios y nominaciones con toda justicia. El último capítulo supera la tristeza: es demoledor. Casi tanto como saber que la vida -cualquier vida- termina por convertirse en un pequeño y miserable cajón de cenizas. 

domingo, 24 de marzo de 2024

Domingo de Ramos

Salgo de casa después de estar varios días sin poder hacerlo a causa de estos delicados huesos. El paisaje del norte es precioso, sí, pero la humedad arrasa con todo. Camino despacio. Me encuentro con niños y niñas que estrenan ropa y llevan en la mano palmas y ramos de laurel. La tradición, aunque ya no participes en ella, continúa. Yo soy uno de esos niños, cuarenta y tantos años atrás, de la mano de mi madre. También estreno ropa y llevo una palma en la otra mano. No sé nada de la vida aún y eso me hace sonreír. El presente, entonces, era una terraza al sol, unos padres guapos, una hermana pequeña y un aperitivo que se prolongaba más de lo habitual. No había que hacer deberes porque teníamos por delante unos cuantos días de vacaciones. Todavía no puedo volver a esas terrazas en las que, en los últimos tiempos, aquel niño ya era un hombre hecho y derecho y aquella madre, igual de guapa que entonces, necesitaba una silla de ruedas para ir de un lado a otro. Las veo de lejos, esas terrazas llenas de gente a estas horas, como el que observa una película de otro tiempo, una serie de fotografías en las que uno se reconoce de inmediato. Las fotografías han envejecido, evidentemente, pero la memoria no las ha decolorado. Buscamos un lugar más tranquilo, menos transitado. Pido un café con leche (no puedo beber ni una copa de vino con las pastillas que me han recetado) y dejo que el sol, aunque sea por un rato, intente ser más poderoso que toda esa humedad. 

domingo, 17 de marzo de 2024

Josefina Aldecoa, un recuerdo

Ayer se cumplieron trece años de la muerte de Josefina Aldecoa.

De mi libro 'Ventanas compartidas'. (Ediciones Trabe, 2011)

Era una mujer con pasado. Con un pasado feliz, que parecía haber quedado muy atrás ya. Un marido, una hija, amigos. Ganas de hacer cosas, muchas cosas, de cambiar el mundo. Aquel mundo tan gris y siniestro que era este país en los años duros del franquismo. Se agarró, como aquellos amigos, a la literatura. Su marido, Ignacio, también lo hizo. El tiempo enseguida lo convirtió a él en lo que era, un escritor genial. Algunos de aquellos amigos comunes con los que se pasaban las tardes fumando, hablando de literatura y bebiendo vino malo también lo fueron, geniales. Ella iba publicando cuentos aquí y allí, tímidamente. Era una apasionada de Truman Capote y suya es una de las primeras traducciones al español de uno de los cuentos del maestro americano. El destino hizo que se quedara viuda muy pronto. "Un aviso: Ignacio Aldecoa ha muerto". Así lo escribió Carmen Martín Gaite, tan amiga de ambos. Josefina, tras la muerte de su marido, quedó sumida en una profunda depresión, de la que, dicen, nunca llegó a recuperarse del todo. No escribió durante años. Al cabo de ese tiempo, volvió a hacerlo, a escribir. Sus novelas son elegantes, con una prosa sencilla y muy cuidada. Sus personajes son casi siempre femeninos. La fuerza y la entereza de las mujeres ante las adversidades queda muy bien reflejada en ellos. La trilogía de la maestra, esa profesión que tanto amaba y por la que tanto luchó (y por la que muchos de sus alumnos, hoy, la recuerdan con cariño y palabras elogiosas), se encuentra entre lo mejor de su producción, no demasiado extensa.
La descubrí hace más de veinte años (de casi todo hace ya más de veinte años), cuando aquella generación, la del 50, estaba empezando a ser valorada como debía. Y las aventuras de aquel puñado de escritores charlando en la tarde gris alrededor de la mesa de alguna taberna de mala muerte, sin un duro en los bolsillos pero con ilusiones y verdaderas ansias de cambio y de hacer miles de cosas, me fascinaban casi tanto como sus propios libros. Qué recuerdos asociados a sus escritos, a todos los de aquella magnífica generación. Porque éramos jóvenes, sí, sin duda, como dice el título de aquella novela suya. Porque aún lo éramos en todos los sentidos.

domingo, 10 de marzo de 2024

And the Oscar goes to...

Sandra Hüller me parece la gran revelación de este año. Lo que hace en 'Anatomía de una caída' es tan poderoso que se merece todos los premios del año, que ya se están yendo en su mayoría a otras manos. Esa manera de mirar, de irritarse, de guardar silencio, de gritar, de reír, de beber, de fumar... La ambigüedad tan bien trazada del personaje y tan bien resuelta por su talento. Sí, me gustaría que se llevara el Oscar. Y la directora de la película, Justine Triet, también. Qué alto han dejado el listón. De hecho, me gustaría que la película se llevase todos los premios a los que está nominada. Hüller, en otro papel muy diferente, también hace un trabajo fabuloso en 'La Zona de Interés', película de gran altura de la que ya he escrito aquí. Podría estar nominada como mejor actriz de reparto, pero, como los chicos de 'Desconocidos' (Andrew Scott y Paul Mescal, inmensos los dos), no lo está. Esas injusticias. (Recordemos que Annette Bening ni siquiera fue nominada por una interpretación tan portentosa como la que hizo en 'Las estrellas de cine no mueren en Liverpool'). Me gustaría que el premio al mejor actor de reparto fuese para Mark Ruffalo por su difícil papel en 'Pobres criaturas': está ajustadísimo en un trabajo donde podía haberse pasado completamente de rosca. Pero creo que tampoco va a suceder. 

Suerte a Berger y a Bayona, aunque este último, pese a haber hecho una buena película, creo que lo tiene complicado.
Así que, sinceramente, no me interesa demasiado esta gala. Veré algunas cosas después, como ese momento de Jessica Lange (¡29 años han pasado desde la concesión de su segundo Oscar!) entregando un premio. Y poco más.  

viernes, 8 de marzo de 2024

Mujeres

 A todas las mujeres que amo. A todas las mujeres a las que me he encontrado en el camino. A casi todas las mujeres que me he encontrado en el camino. A todas las mujeres que me leen. A todas las mujeres que han sido (y son) marginadas, como también yo lo he sido (y soy), por ese patriarcado infame que sigue vigente. A todas las mujeres que he conocido y que conocieron el miedo. A todas las mujeres que se enfrentaron a ese miedo. A todas las mujeres que amaron a quienes no debían según lo estipulado por no sé quién. A todas las mujeres que amaron a hombres buenos y a mujeres buenas. A todas las mujeres valientes y a todas las mujeres que aprendieron a serlo. A todas las mujeres que recibieron golpes. A todas las mujeres que aguardan una oportunidad. A todas las mujeres que son y se sienten mujeres. A todas las mujeres que respetan a hombres que aman a otros hombres y respetan ese amor. A todas las mujeres que aman a otras mujeres. A todas las escritoras que tanto me han enseñado. A todas las actrices y cantantes que venero. A todas las mujeres artistas en cualquier disciplina a las que admiro. A todas las mujeres que han sabido renovarse, avanzar en todos los sentidos con los tiempos.

A las mujeres que confiaron y confían en mí.
A las mujeres en quienes confío.
A las mujeres que me dicen aquí estoy para ese vermú, y no son tantas (Leticia, sigue pendiente).
A mis amigas.
A mi abuela materna.

domingo, 3 de marzo de 2024

La tumba de Marguerite Duras

A veces, en el estudio, dejo a un lado el libro que estoy leyendo o los párrafos que acabo de escribir y me pongo a pensar en mi madre. Siempre aparecen buenos tiempos en esos recuerdos. Luego, mirando el calendario o alguno de los libros más cercanos de las estanterías, esos recuerdos se mezclan con otros donde ella ya no aparece, sigue viva pero no está en esos nuevos recuerdos. Sé que sigue viva -como lo intuyo erróneamente ahora al despertarme casi todas las madrugadas- porque su presencia era siempre constante y poderosa, aunque no estuviese en esos momentos a su lado. Verano de 2007, París. El primer viaje que Íñigo y yo hicimos juntos. El deslumbramiento por cada rincón. Es inevitable. Todo lo que nos deslumbra en una ciudad desconocida, en París, en un primer viaje, lo hace doblemente. Lo que le debemos al cine y a la literatura. La herencia más fructífera e inagotable. Y entonces, de repente, estamos ahí: delante de la tumba desnuda de Marguerite Duras. Y sobre ella, numerosos billetes de metro y pequeños papeles con retazos diminutos de su obra. Están en francés, pero alcanzo a descifrar el título al que pertenecen esos textos. Pienso en la gente que los ha dejado ahí. Pienso hoy, cuando se cumplen 28 años de la muerte de la escritora, en esas emociones. Un gesto sencillo y agradecido. Algo hermoso y extraño. Un papel, unas palabras de un libro que te ha dejado huella sobre la tumba de la mujer que las escribió. Supongo que la gente que la admira seguirá haciendo lo mismo. Un papel, unas palabras de una escritora esencial. A ver si podemos regresar pronto para comprobarlo. Las palabras que dejaré escritas están incluidas en mi próximo libro. Y entonces del verano de 2007, regresamos al comienzo de este texto.

sábado, 17 de febrero de 2024

La Zona de Interés

La luminosidad de la casa y del jardín donde vive la familia nazi y la oscuridad de lo que hay al otro lado de ese jardín, el campo de concentración que dirige el padre de la familia y que nunca llegamos a ver. Aunque lo intuimos todo. Ruidos, lamentos, humo, el sonido de los fusilamientos... En ese contraste radica lo más terrible y espantoso de esta sobresaliente película, 'La Zona de Interés', basada en la novela de Martin Amis. Su director, Jonathan Glazer, consigue que estemos alerta, en un estado de inquietud constante. El mal está al otro lado (no nos hace falta verlo, lo conocemos bien por lecturas, documentales y otras películas). Y el mal también está, pese a la luminosidad y belleza de la casa y el cuidado jardín, de este lado. El mal está en la mirada de ese padre de familia y en la actitud de su mujer (apabullante, una vez más, Sandra Hüller). Hay fundidos a negro y fundidos a rojo, acompañados de una música casi estridente, en los que no ves nada y lo ves todo. Y hay momentos espeluznantes como ese en el que la mujer reparte con las criadas la ropa que han robado a las mujeres judías, quedándose ella con lo mejor del botín, el momento del baño en el río del padre y los hijos, o la mirada hacia el cielo de la noche (y lo que allí se encuentra) de la suegra que está de visita. Y empieza a comprender la magnitud de lo que tiene alrededor. 

Implacable, durísima, demoledora. Gran película (recomendable verla en salas).