sábado, 9 de mayo de 2020

Lluvia

Aquella tarde de octubre, en Berlín, llovía casi tanto como esta mañana, muy temprano, cuando salimos a pasear. Las calles, hoy, a diferencia de aquel día en la ciudad alemana, estaban desiertas. La lluvia echa a casi todo el mundo para atrás. Una chica corriendo, un tipo riñendo a su perro, una mujer arrastrando antes de tiempo un carro de la compra, un hombre mayor de setenta años paseando a su bola, en la hora que no le correspondía. Un par de coches policía a lo lejos. Vamos caminando a buen paso, bajo ese paraguas que compramos aquella tarde en Berlín cuando nos sorprendió la lluvia. Diez euros, dijo una dependienta de mejillas sonrosadas y larga melena rubia, en un español de aquella manera. Recuerdo sus uñas pintadas de rosa chillón tecleando la máquina registradora y también recuerdo que tocar el dinero sin miedo, a diferencia de estos tiempos, era una sensación agradable. Caminamos por la ciudad y lo observamos todo con cierta distancia, como si no estuviésemos en nuestra propia ciudad o nos encontrásemos dentro de una película de ciencia-ficción. Nos preguntamos qué pasará a partir de ahora. Hace unos días, en la radio, un experto dijo que debemos aprender a convivir con el virus. Sin relajarnos, sin dejar de tomar las precauciones debidas, por supuesto, añadió. Y supongo que tendrá que ser así, aunque todo resulte complicado y extraño. 
Y seguimos caminando, a buen paso, como si no estuviésemos aquí y sin embargo más aferrados que nunca a esta tierra (curiosa contradicción). Valorando cada segundo de este tiempo de libertad, sin importarnos ya la lluvia. 

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