Voy caminando. Y entonces las veo. Son un puñado de flores rotas en una papelera cuyo contenido se puede ver desde cierta distancia. Quizá hace un par de días esas rosas eran rojas y este sol las ha decolorado por partes. El tallo sigue conservando su intenso verde. Es temprano y la calle es solitaria, y les hago una foto con el móvil y luego la borro porque hay tanta basura a su alrededor -pañuelos sucios, mascarillas, cigarrillos, envoltorios de comida...- que no hay manera de arreglarla. La mierda, esta vez, es más poderosa que la belleza. No, no hay arreglo. Supongo que quien se deshizo de ellas lo sabía y no le importaba en absoluto. ¿Quién se deshizo de ellas? ¿Un hombre, una mujer? Sigo caminando y son las pregunta que me hago. Puede que fuese la madrugada del domingo, cualquier persona harta de esas rosas que jamás pueden ocultar las explicaciones de su pareja, su amante, su rollo nocturno. Otra historia de amor imposible. La madrugada del domingo sigue siendo tan traidora como siempre. Hay cosas que nunca cambian. Hay misterios que nunca se desvelan del todo. Hay amantes cuyo recorrido siempre es el mismo. Hay preguntas sin respuestas y destinos que, como ese puñado de flores rotas, se estrellan contra una papelera, cualquier noche o cualquier madrugada, mientras los demás dormimos o hacemos que dormimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario